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Voto de Dr Natalio:
9
6,4
1.202
Drama. Ciencia ficción
Unos científicos son enviados al planeta Arkanar, donde la civilización se ha quedado estancada en plena Edad Media. En ese mundo, uno de los investigadores es tomado por el hijo ilegítimo de Dios. Épica adaptación de la novela de los hermanos Strugatski, rodada y montada durante más de un decenio. (FILMAFFINITY)
13 de marzo de 2015
58 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para un servidor, acometer la tarea de escribir una crítica digna para esta película supone un esfuerzo casi tan titánico como en su día lo fue para Aleksei German finalizarla. Como aficionado al cine en todas sus variantes, y lejos de ser un experto (ni falta que hace para apreciarlo), ver “Hard to be a God” por primera vez representa para el espectador uno de esos momentos cruciales en los que ha sido testigo de una obra única, inigualable e inabarcable. Uno sabe a ciencia cierta que películas como ésta, de tal dimensión y envergadura, se pueden contar con los dedos de una mano, y aun así sobrarían dedos. A continuación intentaré explicar humildemente por qué.
“Hard to be a God” (o “Qué difícil es ser Dios” en castellano) es la adaptación de una conocida novela rusa de ciencia-ficción, escrita en 1964 por Arkadi y Boris Strugatski (autores también de la novela que inspiraría el “Stalker” de Tarkovski) y de gran reconocimiento en Rusia y otros países. Al parecer, a Aleksei German le sedujo tanto la novela que ya en 1968 co-escribió el primer embrión del guión -junto con Boris-, que fue echado para atrás por las autoridades soviéticas. Sin embargo eso no le haría olvidar su viejo y anhelado proyecto y mucho después, tras haber rodado varias películas -y tras dos años de pre-producción- en 2000 comenzaría el dificultosísimo rodaje, que se extendería a lo largo de seis años. Siendo ya no pocas complicaciones, la fase de montaje y post-producción se alargaría aún otros seis años más, truncado con la fatídica eventualidad de la muerte del propio German, que no pudo ver completada su obra. La edición y el montaje fueron no obstante concluidos por el propio hijo del director siguiendo escrupulosamente las anotaciones y deseos de su padre. La película sería finalmente estrenada en 2013 en el Festival Internacional de Roma.
Pero de rodajes difíciles, largos y accidentados está la historia del cine llena. Lo que verdaderamente convierte a “Hard to be a God” en un film único cinematográficamente es, no en concreto lo que se cuenta, sino CÓMO se cuenta. Es ahí donde reside lo extraordinario y la enorme magnitud de la película, y como digo, lo que la convierte en una experiencia diferente a todas las demás. Una experiencia ciertamente inexplicable al cien por cien, avasalladora, aplastante, que sume al espectador entre el estupor. La incomprensión y la sordidez, y que a nadie dejará indiferente. La historia va como sigue.
En un futuro no muy lejano, unos estudiosos son enviados desde la Tierra a un planeta similar a ésta, poblado por habitantes similares, pero que se encuentran en un estadio de evolución social muy anterior al de los terrícolas (la voz del narrador al inicio explicita unos 800 años antes), en un tiempo similar a nuestra Edad Media. Allí, entre la peor de las miserias, gobiernan con atroz crueldad y brutalidad algunos nobles, estableciendo oscuros reinos del terror donde se persigue inmisericordemente a aquellos que saben leer y escribir, a científicos y artistas, y en definitiva a cualquiera que abogue por poco que sea por la cultura o la ciencia. Los observadores terrícolas, cuya misión es observar la evolución de estas sociedades y ver si se produce o no una especie de época de Renacimiento, no han de interferir en su desarrollo, de manera que se integran de tapadillo en su modo de vida y sus costumbres. Uno de ellos, Don Rumata, se ha convertido en una especie de elegido, descendiente de deidades, debido a sus obviamente mayores conocimientos y destrezas. Como tiene prohibido inmiscuirse en la evolución de la sociedad, vivirá entre ellos adoptando sus repugnantes y brutales costumbres, haciendo y deshaciendo –sin matar a nadie, eso sí- y tratando de aportar mejoras poco a poco y empujarlos a un desarrollo superior sin levantar demasiado polvo. Con el devenir de los acontecimientos, finalmente quebrantará las prohibiciones más intocables que se le habían impuesto, y pronto se dará cuenta, allí donde miseria, crueldad, brutalidad y muerte se enseñorean de todo, lo difícil que puede resultar en un escenario así ejercer de dios.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
“Hard to be a God” (o “Qué difícil es ser Dios” en castellano) es la adaptación de una conocida novela rusa de ciencia-ficción, escrita en 1964 por Arkadi y Boris Strugatski (autores también de la novela que inspiraría el “Stalker” de Tarkovski) y de gran reconocimiento en Rusia y otros países. Al parecer, a Aleksei German le sedujo tanto la novela que ya en 1968 co-escribió el primer embrión del guión -junto con Boris-, que fue echado para atrás por las autoridades soviéticas. Sin embargo eso no le haría olvidar su viejo y anhelado proyecto y mucho después, tras haber rodado varias películas -y tras dos años de pre-producción- en 2000 comenzaría el dificultosísimo rodaje, que se extendería a lo largo de seis años. Siendo ya no pocas complicaciones, la fase de montaje y post-producción se alargaría aún otros seis años más, truncado con la fatídica eventualidad de la muerte del propio German, que no pudo ver completada su obra. La edición y el montaje fueron no obstante concluidos por el propio hijo del director siguiendo escrupulosamente las anotaciones y deseos de su padre. La película sería finalmente estrenada en 2013 en el Festival Internacional de Roma.
Pero de rodajes difíciles, largos y accidentados está la historia del cine llena. Lo que verdaderamente convierte a “Hard to be a God” en un film único cinematográficamente es, no en concreto lo que se cuenta, sino CÓMO se cuenta. Es ahí donde reside lo extraordinario y la enorme magnitud de la película, y como digo, lo que la convierte en una experiencia diferente a todas las demás. Una experiencia ciertamente inexplicable al cien por cien, avasalladora, aplastante, que sume al espectador entre el estupor. La incomprensión y la sordidez, y que a nadie dejará indiferente. La historia va como sigue.
En un futuro no muy lejano, unos estudiosos son enviados desde la Tierra a un planeta similar a ésta, poblado por habitantes similares, pero que se encuentran en un estadio de evolución social muy anterior al de los terrícolas (la voz del narrador al inicio explicita unos 800 años antes), en un tiempo similar a nuestra Edad Media. Allí, entre la peor de las miserias, gobiernan con atroz crueldad y brutalidad algunos nobles, estableciendo oscuros reinos del terror donde se persigue inmisericordemente a aquellos que saben leer y escribir, a científicos y artistas, y en definitiva a cualquiera que abogue por poco que sea por la cultura o la ciencia. Los observadores terrícolas, cuya misión es observar la evolución de estas sociedades y ver si se produce o no una especie de época de Renacimiento, no han de interferir en su desarrollo, de manera que se integran de tapadillo en su modo de vida y sus costumbres. Uno de ellos, Don Rumata, se ha convertido en una especie de elegido, descendiente de deidades, debido a sus obviamente mayores conocimientos y destrezas. Como tiene prohibido inmiscuirse en la evolución de la sociedad, vivirá entre ellos adoptando sus repugnantes y brutales costumbres, haciendo y deshaciendo –sin matar a nadie, eso sí- y tratando de aportar mejoras poco a poco y empujarlos a un desarrollo superior sin levantar demasiado polvo. Con el devenir de los acontecimientos, finalmente quebrantará las prohibiciones más intocables que se le habían impuesto, y pronto se dará cuenta, allí donde miseria, crueldad, brutalidad y muerte se enseñorean de todo, lo difícil que puede resultar en un escenario así ejercer de dios.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Pese a lo notablemente sencillo de la historia, Aleksei German renuncia a lo convencional y opta por convertir todo eso en algo que difícilmente se esperaría un espectador, y que convierte su obra en esa monstruosidad –por dimensiones, por forma, por características- de la que hablo. A lo largo de sus tres horas de metraje, y salvo el inicio inmediato de la película donde una voz en off nos pone en situación, apenas existe una trama (el argumento, si lo hubiere, es casi imperceptible y muchas veces escapa a la comprensión), no hay narración como tal, las escenas no se suceden unas a otras, sino que continuamente están sucediendo cosas, en primer plano, de fondo, a los lados, aparentemente deshilvanadas. No hay música, no hay color –sólo un apabullante b/n-, apenas hay un protagonista principal, que no lo es tanto, y sin embargo ante la cámara pasa una miríada de personajes, a cada cual más patético y grotesco, siempre humillados, desdichados y ridiculizados, borrachos o colocados, cuando no golpeados o muertos. El escenario: un castillo, sus “calles” y aledaños, casi siempre envueltos por una niebla espesa y persistente o bajo una impenitente lluvia, están permanentemente cubiertos por una repugnante capa de lodo, porquería y excrementos, sus habitantes malviven, comen y deambulan en el mismo lugar donde escupen, defecan o vomitan, o bien yacen tumbados entre la ponzoña. La sensación de suciedad y miseria es tan malsana, tan asquerosa y tan real que nadie diría que estamos ante un set de rodaje y sí ante el peor estercolero que uno pudiera imaginarse como hogar. Se siente la humedad, el fango pegado a las botas, los olores fétidos y pestilentes que emanan de la masa humana (siempre rascándose, eructando, hurgándose la nariz, meando, defecando o vomitando) y el hedor procedente de letrinas o pocilgas. En el interior del castillo nada cambia, el lodo es sustituido por multitud de enseres, animales, artilugios inútiles, artefactos rotos, muebles, basura, insectos, parásitos, restos de comida, cadáveres, desorden y todo un abanico infinito de trastos tirados o que cuelgan del techo y las paredes, mientras un enjambre de esclavos, sirvientes y humanoides grotescos revolotea alrededor del Don o se dedica miserablemente a pedir, a comer o a joder al prójimo. Tal es el escenario ideado meticulosamente al más ínfimo detalle por German, que se encarga de mostrárnoslo sin remisión durante casi 180 minutos, hasta cotas que superan el paroxismo.
Es así, entre esa amalgama continua e insoportable de horror, mugre, miseria y muerte que se va filtrando al espectador una sensación incómoda pero irresistible, terrible pero magnética, de presenciar semejante pasarela de decadencia y degradación, al tiempo que sutilmente van supurando del film algunas preguntas. Preguntas trascendentales que se hace el propio Don Rumata, a sus colegas o a otros personajes, preguntas que trascienden la historia de “Hard to be a God” y bien podrían ser de actualidad tanto ahora como hace 40 años, ante la situación de barbarie y desolación que vive el hombre no sólo en el reino de Arkanar, sino todos los hombres, de ayer y de hoy, sobre su naturaleza y sus anhelos. Él obtiene finalmente una respuesta al final de la película, en lo que no deja de ser una gigantesca reflexión circular (la escena inicial y la escena final guardan una estrecha y paradigmática relación entre sí y con el grueso de la película), una triste constatación de los hechos acaecidos en la historia, que aunque cruda, amarga y a menudo brutal, aún vislumbra algo de luz para el ser humano. O quizá no.
“Hard to be a God” es un inconmensurable, devastador e incomodísimo tour de force, único y del todo improbable, creado minuciosamente hasta el último detalle para vehicular las grandes preguntas inherentes a la existencia y la naturaleza del hombre, su comportamiento como sociedad y su devenir en el tiempo. Magistral y monumental a todos los niveles.
Es así, entre esa amalgama continua e insoportable de horror, mugre, miseria y muerte que se va filtrando al espectador una sensación incómoda pero irresistible, terrible pero magnética, de presenciar semejante pasarela de decadencia y degradación, al tiempo que sutilmente van supurando del film algunas preguntas. Preguntas trascendentales que se hace el propio Don Rumata, a sus colegas o a otros personajes, preguntas que trascienden la historia de “Hard to be a God” y bien podrían ser de actualidad tanto ahora como hace 40 años, ante la situación de barbarie y desolación que vive el hombre no sólo en el reino de Arkanar, sino todos los hombres, de ayer y de hoy, sobre su naturaleza y sus anhelos. Él obtiene finalmente una respuesta al final de la película, en lo que no deja de ser una gigantesca reflexión circular (la escena inicial y la escena final guardan una estrecha y paradigmática relación entre sí y con el grueso de la película), una triste constatación de los hechos acaecidos en la historia, que aunque cruda, amarga y a menudo brutal, aún vislumbra algo de luz para el ser humano. O quizá no.
“Hard to be a God” es un inconmensurable, devastador e incomodísimo tour de force, único y del todo improbable, creado minuciosamente hasta el último detalle para vehicular las grandes preguntas inherentes a la existencia y la naturaleza del hombre, su comportamiento como sociedad y su devenir en el tiempo. Magistral y monumental a todos los niveles.