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Voto de Grandine:
8
7,0
4.615
Drama
Antoine, un publicista de éxito, está casado, tiene dos hijos, vive en una bonita casa no lejos de París y sus relaciones con los vecinos son excelentes. La discreta relación que mantiene con la guapa Marion no es tan seria como para perturbar su equilibrio. Sin embargo, un buen día su vida experimenta un vuelco. Durante una reunión con un cliente importante, pierde los estribos y, de paso, el proyecto. Su socio le propone que se tome ... [+]
3 de agosto de 2008
87 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última propuesta del fabuloso Jean Becker, es uno de esos extrañísimos films que se presentan cada temporada casi sin quererlo, sin armar jaleo, de puntillas y con elegancia.
Su arranque, es uno de los mejores que he visto durante mucho tiempo en un cine: Becker se acoge al cinismo y sarcasmo de su protagonista, que derrocha mala baba, y descoloca al espectador con un par de afilados y punzantes diálogos, que hablan al espectador sobre un ser que ha dado por terminado un ciclo, y lo despacha a lo grande, sin medias tintas, queriendo derrochar todo aquello que logró durante años y años de esfuerzo sin cortarse ni medio pelo. A muchos podrá parecerles una introducción brusca, estridente e, incluso, excesivamente cruel, pero deben reconocérsele los méritos de esos primeros minutos al cineasta galo, pues "Deux jours à tuer" deja pendiente de un hilo al espectador por saber que sucederá con esa historia y cuales son los motivos que han impulsado al protagonista a actuar así.
La soberbia interpretación de un Dupontel entonadísimo da un tono de contundencia magnífico a su primer tramo, tanto que durante alguna de sus rotundas aseveraciones a servidor no le quedó otra que encogerse en la butaca y tragar saliva ante tal brutal declaración de intenciones. Y todo eso sin oír la voz real del actor. Ni me lo quiero imaginar en VO.
Tras esos momentos tan aplastantes y sorprendentes, a uno no le queda otra que seguir el camino marcado por Becker y saber que nos deparará la historia de Antoine, ¿un loco? ¿Una persona que quiere romper con todo? ¿Alguien incapaz de decir la verdad?
(La segunda parte sigue en el spoiler por entrar en la parte "conflictiva" del film)
Su arranque, es uno de los mejores que he visto durante mucho tiempo en un cine: Becker se acoge al cinismo y sarcasmo de su protagonista, que derrocha mala baba, y descoloca al espectador con un par de afilados y punzantes diálogos, que hablan al espectador sobre un ser que ha dado por terminado un ciclo, y lo despacha a lo grande, sin medias tintas, queriendo derrochar todo aquello que logró durante años y años de esfuerzo sin cortarse ni medio pelo. A muchos podrá parecerles una introducción brusca, estridente e, incluso, excesivamente cruel, pero deben reconocérsele los méritos de esos primeros minutos al cineasta galo, pues "Deux jours à tuer" deja pendiente de un hilo al espectador por saber que sucederá con esa historia y cuales son los motivos que han impulsado al protagonista a actuar así.
La soberbia interpretación de un Dupontel entonadísimo da un tono de contundencia magnífico a su primer tramo, tanto que durante alguna de sus rotundas aseveraciones a servidor no le quedó otra que encogerse en la butaca y tragar saliva ante tal brutal declaración de intenciones. Y todo eso sin oír la voz real del actor. Ni me lo quiero imaginar en VO.
Tras esos momentos tan aplastantes y sorprendentes, a uno no le queda otra que seguir el camino marcado por Becker y saber que nos deparará la historia de Antoine, ¿un loco? ¿Una persona que quiere romper con todo? ¿Alguien incapaz de decir la verdad?
(La segunda parte sigue en el spoiler por entrar en la parte "conflictiva" del film)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Acto seguido, te rebates entre la incertidumbre en que te inmiscuye un personaje que quiere romper con todo, pero no parece totalmente seguro de sus actos: Se deshace de sus posesiones, excepto el único modo de llegar al final de su camino (su coche), pero en un par de secuencias se nos retrata como un pelele dubitativo, una persona no del todo segura con su modo de actuar, yendo a rondar de nuevo por su viejo hogar o intentando realizar una llamada que jamás obtuvo emisario alguno.
Cuando todo se revela, servidor no sabe si batallar con la incredulidad o dejarse llevar por los deseos de un hombre moribundo que, cuando parecía tenerlo todo, vio como de un zarpazo concluía su periplo vital. Probablemente por eso ese afán de romper con todo, de deshacerse de una familia que tanto tiempo tardó en formar y de dejar un regusto amargo a todos aquellos que quién sabe como hubiesen actuado conociendo su afección, si compadeciéndose (cosa que el mismo Antoine cree que harían), dándole un apoyo que sólo le hubiese servido para mitigar sus últimos días entre la aprobación que quizá nunca mereció o dejando que todo fluyese con la mayor normalidad hasta el trágico momento.
Se podrían extraer muchas lecturas del comportamiento de Antoine, pero al final sólo queda una que él, entre balbuceos y pesadumbre escupe con desespero: Es egoísta, es cobarde, y no pudo evitar huir del modo más ruin posible para intentar esquivar todo lo que le hubiese tocado padecer ante sus seres queridos.
Finalmente, a uno le queda un regusto extraño, insólito, por saber si se halla ante un gran film de esos que pocas ocasiones se tiene el privilegio de ver, o todo es fruto de un trabajo que, durante su transcurso, llega a dejar ciertas contradicciones que se solucionan en su desenlace, y no le queda otra que acogerse a eso que se dice de lo que está hecho el cine: Sentimientos.
Así que la deducción final queda servida en bandeja: ¿Sintió usted, o no? Yo sí, quizá porque soy otro de tantos seres egoístas que pueblan este mundo. Quizá por ser cobarde como el que más por tomar vías de escape que me desembaracen de mis problemas sin saber como me afectarán anímicamente. Quizá por huir de todo y de todos cuando creo que estallaré y me resquebrajaré en mil pedazos. O quizá, porque todos los seres humanos tenemos nuestros momentos de flaqueza y debilidad, y lo que menos queremos es que resulten evidentes ante los demás. Porque cada uno tiene sus defectos o cualidades, pero valientes... valientes quedan bien pocos hoy en día.
Cuando todo se revela, servidor no sabe si batallar con la incredulidad o dejarse llevar por los deseos de un hombre moribundo que, cuando parecía tenerlo todo, vio como de un zarpazo concluía su periplo vital. Probablemente por eso ese afán de romper con todo, de deshacerse de una familia que tanto tiempo tardó en formar y de dejar un regusto amargo a todos aquellos que quién sabe como hubiesen actuado conociendo su afección, si compadeciéndose (cosa que el mismo Antoine cree que harían), dándole un apoyo que sólo le hubiese servido para mitigar sus últimos días entre la aprobación que quizá nunca mereció o dejando que todo fluyese con la mayor normalidad hasta el trágico momento.
Se podrían extraer muchas lecturas del comportamiento de Antoine, pero al final sólo queda una que él, entre balbuceos y pesadumbre escupe con desespero: Es egoísta, es cobarde, y no pudo evitar huir del modo más ruin posible para intentar esquivar todo lo que le hubiese tocado padecer ante sus seres queridos.
Finalmente, a uno le queda un regusto extraño, insólito, por saber si se halla ante un gran film de esos que pocas ocasiones se tiene el privilegio de ver, o todo es fruto de un trabajo que, durante su transcurso, llega a dejar ciertas contradicciones que se solucionan en su desenlace, y no le queda otra que acogerse a eso que se dice de lo que está hecho el cine: Sentimientos.
Así que la deducción final queda servida en bandeja: ¿Sintió usted, o no? Yo sí, quizá porque soy otro de tantos seres egoístas que pueblan este mundo. Quizá por ser cobarde como el que más por tomar vías de escape que me desembaracen de mis problemas sin saber como me afectarán anímicamente. Quizá por huir de todo y de todos cuando creo que estallaré y me resquebrajaré en mil pedazos. O quizá, porque todos los seres humanos tenemos nuestros momentos de flaqueza y debilidad, y lo que menos queremos es que resulten evidentes ante los demás. Porque cada uno tiene sus defectos o cualidades, pero valientes... valientes quedan bien pocos hoy en día.