Jean-Baptiste Andrea lo intenta de nuevo, y por lo menos esta vez logra algo, una velada amena, que no resulta ridícula ni estupefactoria y que logra un, por momentos, ágil entretenimiento de la mano del que años atrás debutara con "Dead end".
Lo malo de este tío, es que parece que ni él mismo se cree lo que está rodando, y claro, deja un montón de evidencias, como si el espectador fuese tonto (a saber, huellas, sangre, rastros en el suelo, etc...), que hacen del entramado algo, por momentos, de lo más estúpido, dejando su credibilidad por los suelos.
El tipo lo intenta arreglar sí, pero sólo con recursos que tan de moda se han puesto hoy en día, como las tipiquísimas pantallas partidas, una fotografía de esas logradillas y una banda sonora que, como en "Dead end", es cojonuda.

Puede que algunos acusen al guión de dar demasiadas vueltas sobre si mismo para llegar a un buen punto de culminación, un tanto inesperado (todo sea dicho), pero lo cierto es que el objetivo marcado en un principio, es decir, conformar uno de esos thrillers actuales que se ríen de si mismos (en ocasiones) y conforman un tan grato como entretenido espectáculo, que se va desmenuzando a si mismo entre gotas de atinado humor y personajes que nunca actúan como deben, y siempre terminan en el lugar y momentos equivocados.

Y si bien es cierto que se recurren a algunos tópicos del género que no desvelaré aquí para no estropear finales, pues cuando uno llega a su final, queda mínimamente satisfecho por haber visto a ese crack llamado Simon Pegg en pantalla, tan bien acompañado por un actor ya rodado televisivamente y por una muchacha de lo más maja que, aunque no desborde con su talento, lo hace con otras cosas.
Eso sí, quede claro que si tiene un 6, es por el siempre inestimable Pegg, faltaría más.