Es brillante por tener la capacidad de sorprender con un puñado de personajes que saben desenvolverse por la pantalla con la suficiente discreción como para cautivar y sorprender cuando es menester, o actuar y dar la sentencia adecuada en el momento preciso.

Es inteligente y aguda por contener unos diálogos afilados que, en cualquier instante se lanzan como enseres afilados y cortantes que logran rasgar la superficie de un celuloide movido por la perspicacia de interacciones que adquieren fuerza, calidez.

Y "Rocket Science" no necesita más presentación que esa, porque sabe acogerse a sus mejores virtudes cuando lo requiere, y porque sabe como hacer que sus mejores armas no se tornen defectos por lo curioso de una premisa que podría no atrapar a cualquiera y sí podría escupirle rápidamente de su interior debido a las posibilidades con las que juega.

Pudiendo tratar un tema como el de la superación personal, cosa que resultaría obvia debido a las bases escogidas por Blitz para desarrollar su film, éste opta sin embargo por darle un cauce mucho más interesante y cercano, logrando así que el entrañable perdedor que protagoniza una de las mejores comedias dramáticas del pasado año, no se torne por extensión otro de esos plomizos protagónicos cuya única meta es la de llegar a un punto y alcanzarlo, sino también la de llegar a comprender que hay puntos de ruptura que más vale acatar como una parte más de nuestra existencia, y no querer sobrepasarlos sean cuales sean nuestras expectativas del momento. Porque en la vida hay momentos para todo y, en cambio, también hay que saber cuando dar fin a una empresa por más que duela, por más que eso vaya a marcar a fuego lento lo que algún día llegaremos a ser, lo que algún día llegaremos a dar por haber sabido echar el freno en las circunstancias idoneas, y aprendido que en el periplo vital cada cosa tiene su momento apropiado, y lo que ha de llegar, llega. Sin quererlo, sin esperarlo, casi por sorpresa.