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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
6
Drama La película se centra en la historia de la entrevista de cinco días entre el reportero de la revista Rolling Stone David Lipsky y el aclamado novelista David Foster Wallace, que tuvo lugar justo después de que se publicara la novela épica y revolucionaria de Wallace en 1996: "La broma infinita". (FILMAFFINITY)
24 de enero de 2016
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leer a Wallace es una experiencia tan poderosa e inaudita, tan intensa y entretenida que uno comprende rápidamente que se convirtiera en un mito en vida, quizás todavía más en muerte.
Un joven que hablaba desde el corazón del imperio, desde dentro, desde las tripas, desde el intestino, desde él mismo, a otros como él, o algo parecidos, no tan afectados ni tan lúcidos ni tan literariamente superdotados, pero sí tocados igualmente, irradiados por la onda expansiva/nociva de la cultura norteamericana, si entendemos esta como el epítome de la era tecnológica, capitalista y de un progreso tan compulsivo como sin dirección ni sentido.
Un escritor que retrataba un mal espeso y sordo, un dolor agazapado tras los efluvios, cantos de sirena, optimistas de la ironía televisiva, ese Leviatán moderno tan divertido, y publicitaria (o de cómo venderlo todo haciendo creer cualquier cosa, aturdiendo, utilizando los mismos instrumentos que supuestamente la cuestionan, riéndose de sí misma para ser aún más eficaz, para desactivar al posible enemigo y tratar de seducir al más renuente cliente o escéptico consumidor).
Un heredero atento y esforzado de la brillante tradición posmoderna de los cincuenta y sesenta (los Barth, Pynchon, Gaddis... ), que primero se amamantó e ilustró bajo esa sombra protectora e instructiva, pero que luego en cierto modo la rechazó, ya que consideró que no era suficiente, que no bastaba con la sonrisa vitriólica, no valía con destruir lo dado a través de la inteligencia y la sátira, que el dolor seguía ahí y era muy hondo. De ahí que, con el tiempo, tratara de hacer una literatura "sanadora", por llamar de alguna aproximada manera a una creatividad mezcla de juvenil impulso y destructiva disolución tamizada por la desesperada necesidad de cierta paz, moral, que "sirviera" para algo, que curara las heridas, que calmara la angustia, más cerca de Tolstoi, el realismo decimonónico y su ambición humanista que de trucos vanidosos y relamidos que tienen como casi único fin demostrar el inmenso talento del autor en cuestión, sin por ello, por supuesto, perder todo el potencial formal tan desasosegante/deslumbrante y libre, quirúrgico y visionario. Esa fue una de sus luchas, recuperar el sentido más idealista de la literatura sin renunciar a su esencia iconoclasta y experimental.
Libros de una complejidad endiablada, escindidos, retorcidos sobre sí mismos infinitamente, llenos de juegos, espejos, chistes cultos, ingenios y brillantez, de una hiperconsciencia hambrienta y ensimismada y, a la vez, capaces de analizar rigurosamente la realidad mediante una penetración incisiva y desoladora, a tumba abierta una mirada que aúna la pura épica aventurera con la metaficción más kafkiana, lo enrevesado y autoconsciente con lo evasivo y más imaginativo.
Un hombre enfermo y genial que alternaba profundos estados depresivos (el suicidio, su deseo y horizonte, como único atisbo o salida ante un daño apabullante y totalizador, cada célula de tu cuerpo supura sufrimiento y estupor) con otras etapas de una actividad literaria y social frenéticas. Atormentado por una autoexigencia imposible de soportar para una estructura psicológica y humana tan frágil y desvalida, que en público hacía denodados esfuerzos por resultar atractivo y encantador, pero que en privado se flagelaba (por su necesidad de atención y su interpretación de un personaje que él sentía como falso, "El neón de siempre", en este sentido, sería un relato en el que se explicaría de forma perfecta esa sensación angustiosa) hasta la exasperación.
Acorazado tras su bandana (el sudor como mancha ominosa que denotaba su gran inseguridad y miedo, su corazón delator), unas gafitas de intelectual de medio pelo y un arsenal de sustancias de las que tenía un conocimiento enciclopédico, este hombretón no aguantó ya más y el doce de septiembre de dos mil ocho se ahorcó. Tenía cuarenta y seis años y dejaba tras de sí una obra fabulosa.
¿Y la película?, me preguntaréis apasionados y ansiosos, después de haber leído ávidamente esta tesis doctoral en miniatura refulgente.
Pues muy flojita, amigos. Inspirada en unos días que pasaron el escritor en ciernes con el recién consagrado, se trata de un apreciable, pero fallido, esfuerzo por seguir los pasos del héroe, sus huellas legendarias, los restos pasados del naufragio, los negros augurios. Cuando acababa de llegar a la escena y recogía las flores tras su monumental "broma infinita". Había salido de graves crisis psiquiátricas con sus correspondientes internamientos y se había recompuesto para lograr escribir esa obra inabarcable y abismal, una especie de confesión mastodóntica o reflejo distorsionado y aumentado de su mundo enloquecido, voraz y circular, de nuestra pesadilla actual sublimada y desquiciada.
El actor elegido afea y embrutece a Wallace. El guion ablanda y simplifica su fulgor. Se tocan de refilón los asuntos clave; superficial, correctamente. Sigue la estructura conocida: presentación, buen rollo, charlas, pequeña crisis, reconciliación, confesión... Queda una figura chata, limada en los extremos, no vemos casi nada de su locura, muy poco de su tremenda inteligencia. No está mal del todo, es interesante y digna finalmente, pero nos sabe a muy poco.
Ferdydurke
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