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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
5
Comedia La noche del 2 de marzo de 1953 murió un hombre. Ese hombre es Josef Stalin, dictador, tirano, carnicero y Secretario General de la URSS. Y si juegas tus cartas bien, el puesto ahora puede ser tuyo. Una sátira sobre los días previos al funeral del padre de la nación. Dos jornadas de duras peleas por el poder absoluto a través de manipulaciones, lujurias y traiciones.
20 de marzo de 2018
8 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Hay que recurrir a la vieja fórmula, tragedia más tiempo igual a comedia, para definir esta obra? ¿El comunismo, con el paso de los años, ha perdido, cosas veredes, toda su reputada solemnidad y unción cultural y se ha convertido inevitablemente en un esperpento grosero? ¿La Unión Soviética solo fue una broma macabra? ¿El marxismo es ya solo un chiste de mal gusto? ¿Esta película es la gota que colma el vaso de los posibles resistentes o nostálgicos que ya, los pobres, irremediablemente se dan por vencidos?
¿O no, o a pesar de esta sátira a tumba abierta, el ideal, el virus sigue vivo, ha mutado pero no ha muerto y solo hay que ver la China comunista capitalista, tan estatal y desigual, que da más yuyu que un perro muerto?
Nos centramos: ¿Era Stalin un clown rodeado de monstruos de feria, de payasos de circo? ¿Era el Kremlin el camarote de los hermanos Marx, todo lleno de bufones, gañanes, tarados, retrasados y criminales?
¿Tienen gracia la muerte, la pobreza, la corrupción y la idiocia?
Esta película, mucho me temo, tiene más valor como síntoma o símbolo que como hecho en sí. Significaría la confirmación popular y mundial de que con los rojos rusos ya se puede, de verdad, a fondo, no solo en el reducto de los eruditos políticos o en el ámbito más literario e histórico. A estos muertos ya no se les respeta. Quién lo diría tras décadas en las que en Europa, y no solo, el comunismo fue una religión de dogma, feroz, incuestionable, tremebunda, muy amada y temida. Hasta con su caída estrepitosa a finales de siglo pasado todavía era un tema tabú en muchos aspectos y lugares, pasto casi exclusivamente de los llamados de derechas.
En fin, que parece que para el gran público también se ha abierto la veda. Parece que Hitler por fin va a tener compañía en el trono del mal abismal. Un amiguete para no sentirse tan solo. Un par de su altura.
Pero, como habíamos insinuado más arriba, la película en verdad es poca cosa. Su tono sarcástico, feroz, salvaje, es bueno, el modo en que se lleva a la praxis, mucho menos, plúmbeo, tedioso y por muchos momentos solo una suma de desafueros confusos, burdos, rudos, nimios; un barullo vodevilesco carente de la mínima gracia, brillantez o sentido. Una obra de teatro aciaga, redundante, estridente, afanosa.
Solo el inicio como esperanza, aire fresco en los cines nuestros, y el final como cierre inevitable que nos dice que no todo era caos y gratuito espanto, se pueden ponderar como acertados trozos, lo demás, casi todo, es un recorrido cansino, atorrante y ruidoso que a duras penas levanta el vuelo. Se abren y cierran tramas al albur de la casualidad, presentan y olvidan personajes y situaciones sin ningún criterio, como por capricho o necedad. El concierto, la pianista, los hijos, la niña (otra más en la majestuosa tradición de Rajoy, el gran creador descubre a sus precedentes, que fue un epígono, como hemos comprobado con los últimos estrenos, de Churchill y Stalin y Malenkov en el afán de demostrar su gran bondad y humanidad al citar, nombrar o aparecer con una niña de poca edad), las mujeres, las esposas, el pueblo y otros ingredientes mezclados a la buena de un Dios ateo, al alimón o solo con tenaz y estéril fruición.
Digamos que son cuatro comediantes principales, un muerto, y un invitado especial.
El muerto, para qué decirlo, es el padrecito Stalin, Koba el temible, ese ser humano que estuvo más de treinta años al mando de ese imperio rojo y que ahora se le considera como el probablemente responsable de más muertes en el mundo entero, ese georgiano fiero que acabó con todos los de alrededor, ese superviviente nato, terrible y atroz, brutal, pícaro y terrorífico. Aquí sale un pequeño rato.
El comediante principal es Nikita Kruschev, Buscemi, como siempre, muy bien, el intrigante, conspirador y muy manipulador, el más equilibrado y templado, el que poco tiempo después se haría con el poder, el que dio los primeros pasos para que todo cambiara y siguiera igual. El menos grotesco. El más normal.
El segundo es el carnicero Beria, el brazo ejecutor de Stalin durante tantos años, el jefe de la NKVD, torturador nato, asesino de vocación, sátiro compulsivo, y depravado y cruel como pocos en el mundo han sido.
Malenkov o el tonto útil. Débil, cobarde, vanidoso y bobo. Títere manejado de aquí para allá debido a su incompetencia y nulidad.
Molotov. El del famoso cóctel. Otro pavoroso miserable, corrupto y bajuno.
Además aparecen los dos hijos de Stalin, el hijo borracho y loco y la hija un poco desquiciada y atontada.
Y, especialmente, el generálisimo Zhukov, el que toma el mando militar después del funeral. Egocéntrico, bestial y ridículamente orgulloso.
El panorama, obviamente, es desolador. De cómo un sistema ideológico que vendía el bien, que ofrecía el cielo en la tierra, la igualdad, la justicia, la equidad, la recompensa para todos los parias del pueblo, la hermandad de las gentes y otras ofrendas y bicocas se convirtió en el mayor experimento asesino y desastroso que el hombre posiblemente haya conocido.
La distancia entre las ideas y los hechos. O no. O quizás en sus ideas estaba el germen que propició esas consecuencias. O mitad y mitad. O de todo un poco. Tú verás.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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