Luther no es honesto. No es inocente. No es un buen tipo.

Deja caer a los malvados al abrazo de la muerte, desampara las obligaciones de su placa, planta pruebas falsas para incriminar a los que sabe son culpables y su único apoyo leal es una psicópata. Sufre por una mujer que un dia fue la suya y ahora duerme con otro; su elevado intelecto no logra frenar la ira que le corroe como un veneno lento. El mundo de Luther es un abismo llamado Londres y el espejo le devuelve un rostro que siente ajeno. Sólo pesa el recuerdo de la iniquidad a la que día a día tiene que encarar.

Luther es frágil. Es corrupto. Es brillante.

Se deja matar por lo que considera justo, venga con clavos y martillos a los inocentes caídos. Ama en silencio y se aleja para dar una mejor vida a lo que más quiere en el mundo, lo que nunca podrá tener. Ya no sabe qué es la calma, qué es la bondad, qué vale la pena, y sigue bordeando el vacío con la tentación de apretar el cañón contra todas sus sienes. Sólo un monstruo puede cazar a otros monstruos.

Y a mí me encanta presenciar su cruzada, tan inútil, tan falible y tan humana como la de cualquiera de nosotros… ¿O no?