Y al fin terminó. Tras una década de aventuras, misterios, hechizos y legiones de frikis empalmados esperando cada nueva entrega como el segundo advenimiento, llegó el grand finale de la historia del chico que sobrevivió al Señor Tenebroso, en forma de batalla épica. ¿Resultado?

Supone con diferencia el mejor de los últimos títulos dirigidos por David Yates, que desde que se aferró como una lapa a las riendas de la saga no hacía más que sumergirla gradualmente en la mediocridad. Tanto “La orden del Fénix”, como “El misterio del príncipe” y la primera parte de “Las reliquias de la muerte” dejaban bastante que desear respecto a sus predecesoras, no tan sólo como adaptaciones sino simplemente como films en sí, que cada vez encauzaban peor el cuento. No se auguraba nada bueno.

Pues resulta que guardaron la carne en el asador para el desenlace, para la espectacular culminación de la serie que, esta vez sí, cumple con creces su cometido. Si bien se la puede acusar de cierta irregularidad en el ritmo narrativo de su primera hora, el carrusel de su segunda mitad no tiene desperdicio alguno, aunando oportunamente la contienda trepidante con las dosis de emotividad que desprendía el original literario. Y es que hemos pasado de unos films de aventura y misterio a un film de ecos bélicos, a la historia de una invasión en toda regla que cambia los nazis por mortífagos, los uniformes por túnicas y los rifles por varitas, hasta desembocar en la confrontación final entre dos pistoleros que se baten en un duelo mágico al amanecer.

Quedan numerosas escenas para el recuerdo entre dragones, criptas imposibles, hechizos alucinantes y guerras entre magos, pero yo me quedo con un espléndido y minúsculo tramo perteneciente al capítulo titulado en el libro “El cuento del príncipe”, un cortometraje en sí mismo, que desvela la auténtica naturaleza del mejor personaje de la saga, al que quiero hacer especial mención: ese sombrío Severus Snape magistralmente interpretado por Alan Rickman, cuya complejidad y carisma le convierten en el más interesante de la función.

Y sí, al final puede que Harry Potter sea tan sólo una suma de tópicos y arquetipos de la eterna lucha entre el bien y el mal y que hayan mejores colecciones de fantasía acumulando polvo en las estanterías de las librerías, pero ninguna como esta ha logrado lo impensable, y es ahí donde reside el mérito de J.K. Rowling: iniciar a millones de niños, y no tan niños, al mundo de la imaginación y al hábito de la lectura. Eso sí que es auténtica magia.