Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Juan Marey:
9
Thriller. Drama El agente 326 de la Policía Estatal (Willy Fritsch) debe desbaratar una red de espionaje y detener a su cabecilla. El nº 326 desconoce que se trata del banquero Haghi (Rudolf Kein Rogge), quien trata por todos los medios de confundir al Servicio Secreto y neutralizar al nº 326, especialmente tras saber que su mejor espía, Sonja (Gerda Maurus), se ha enamorado del agente... (FILMAFFINITY)
10 de marzo de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco después de realizar una obra maestra del tamaño de “Metrópolis” (1927), Fritz Lang se embarcó en un nuevo proyecto relativamente más modesto, “Espías”. La película era un obvio intento por apostar sobre seguro después de la desbocada y en todos los sentidos grandiosa producción de “Metrópolis”, un retorno al género criminal que tanto éxito le había procurado a Lang años atrás con “El Doctor Mabuse” (1922). “Espías” repite virtualmente los mismos esquemas que “El Doctor Mabuse” con algunas pequeñas variaciones que le dotaran de personalidad propia. De nuevo el enemigo es un poderoso criminal con una potente organización secreta e incluso esta vez Lang y su guionista Thea Von Harbou se permitieron reciclar una de las muchas subtramas de El Doctor Mabuse convirtiéndola en la trama principal de este film: una historia de amor entre dos personajes situados en bandos contrarios, una espía que debe elegir entre obedecer a su peligroso jefe o a su corazón.

Desde el primer fotograma te metes de lleno en la historia de estos dos espías enamorados, es una película en la que Lang muestra sus artes en el ritmo cinematográfico y donde ya está plenamente desarrollada la narración o lenguaje cinematográfico a través de un buen montaje, además claro está de una fuerza visual que regala unas imágenes únicas. La película cuenta con elementos que han sido mil veces repetidos en el cine posterior de espías y de suspense: las nuevas tecnologías y comunicaciones, los siempre seductores y característicos malos malísimos (impagable ese banquero en silla de ruedas siempre acompañado de enfermera enigmática y temible), los agentes dobles, el espía espiado, las persecuciones y atentados —magnífica la secuencia del tren—, las historias de amor entre espías de distintos bandos, verdugos y víctimas, los errores que se pagan caros (el agente japonés, me encantó esta historia secundaria), las dobles apariencias, los chantajes, la violencia… Y, por supuesto, una siempre cuidada puesta en escena con elementos que ayudan a contar la historia: el centro de operaciones del malo malísimo con esas escaleras interminables, esos magistrales primeros planos, el uso de las calles, los trenes, las casas y hoteles…

Ya desde su título (“Espías”) Lang mostraba una depuración hacia lo conciso y lo esencial. Su inicio es trepidante, mostrando en sucesión enloquecida robos de documentos, ministros y agentes asesinados y el servicio secreto desesperado ante los ataques despiadados de los espías internacionales, y buscando enganchar y dejar fuera de combate al espectador desde el primer plano de la película. Entre medias hasta nos regala alguna imagen que el tiempo ha convertido en icónica, tal y como es esa del motorista enfundado en cuero, gafas cubriendo casi la totalidad del rostro, enfrentándose al viento cortante con expresión decidida. Su influencia se extiende por innumerables películas, quizá la más evidente en la homónima “Los espías” (Les espions, 1957), si bien su director Henri Georges-Clouzot, con la ayuda de su coguionista Jérôme Géronimi adaptando una novela de Egon Hostovsky, pronto la convierte en una extrañísima obra de cámara donde nadie es lo que parece, ni tan siquiera ya quién es espía o no.

Cine espectáculo, cine entretenimiento que no aburre, una película que queda en el recuerdo grabada por siempre, una película de acción desatada entreverada con una desaforada historia de amor, y todo ello mostrado con una perfección apabullante, de ritmo medido al milímetro y una construcción de encuadres y secuencias de una belleza formal prodigiosa.
Juan Marey
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow