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Voto de Juan Marey:
7
Drama. Intriga Phroso es un popular mago que realiza trucos con su esposa. Un día descubre que su mujer se ha dado a la fuga con otro hombre contra quien perderá la función de sus piernas después de una pelea. Los meses pasan y la esposa de Phroso regresa con una niña para morir poco después. El mago jura venganza contra el hombre que le arrebató a su mujer pero no será hasta dieciocho años después, cuando Phroso establecido al oeste de Zanzíbar ... [+]
28 de abril de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los pantanos de Zanzíbar” se basa en una obra de teatro escrita por Chester De Vonde y Kilbourn Gordon que había obtenido un gran éxito desde su estreno en 1926 pese al escándalo que provocó su argumento. Entre los autores de la adaptación se encontraba Waldemar Young, un guionista que había colaborado y aún colaboraría en alguna ocasión con Browning, y que después lo haría en reputadas producciones de Cecil B. DeMille o Henry Hathaway. La película supuso otra más de las emblemáticas colaboraciones de Browning y Lon Chaney, uno de los actores predilectos de Browning, que aquí se muestra genial en su vileza y magnífico en su bondad y redención posterior, si argumentalmente el arrepentimiento de Chaney resulta poco menos que increíble, esto es superado por la mirada profunda y sufrida del actor, capaz de pasar de lo deleznable a lo delicado, del odio extremo al amor paternal con una maestría estremecedora. Lionel Barrymore también trabajó con asiduidad para Browning, y está perfecto en su personaje rebosante de crueldad, con su mirada que es una burla y un insulto constantes para el personaje de Chaney.

“Los pantanos de Zanzíbar” es una de las películas más enfermizas y obsesivas de toda la obra de Browning. Entre las insondables tinieblas del relato, el despecho y el resentimiento aparecen como una herida supurante y malsana, y donde la venganza, llevada por el dolor hasta sus límites más abyectos e irracionales, conforma un pobre pero necesario paliativo para una cicatriz imposible de cerrar. De nuevo, el circo emerge escenario en el que se condensa el melodrama de la existencia, apenas llevamos unos minutos y ya el director nos ha trasladado a su universo conformado por ese circo que se transmuta en galería de horrores y esos trucos desvelados siempre, sin secretos para quienes miran desde fuera, dejando claro que toda ilusión es falsa, que cualquier atisbo de prodigio no es sino un engaño perpetrado por un maestro de la ilusión. Como el conde Mora (Bela Lugosi) y su hija Luna (Carroll Borland) poniendo en pie la mentira vampírica en “La marca del vampiro” (Mark of the Vampire, 1935), o Alonzo (Lon Chaney) escondiendo sus brazos a los ojos de Nanon (Joan Crawford) en “Garras humanas” (The Unknown, 1927), o Paul Lavond (Lionel Barrymore) y Echo el Ventrílocuo (Lon Chaney) disfrazados de mujeres para poder cometer sus crímenes con impunidad en “Muñecos infernales” (The Devil-Doll, 1936), por no hablar de “El trío fantástico” (The Unholy Three, 1925), o de tantos otras, la mentira y la falsedad aparecen siempre recurrentes en las tramas de Browning, y el circo como el lugar ideal donde desarrollarlas, o ese mundo de bambalinas y tramoyas de la farándula que también suponen su medio natural.

Los personajes del filme se mueven siempre entre el escombro y la mugre física y moral, parte inseparable de la sordidez de la ambientación. Como en las tragedias griegas, son simples guiñapos, chivos expiatorios de un destino que absurdamente creen controlar y que, en cambio, se mueve burlón, caprichoso y cruel. Aunque Browning persiste en dejar una vía abierta a la esperanza, “Los pantanos de Zanzíbar” deja la profunda huella de una de las venganzas más desalmadas, por calculada, obsesiva y dilatada, de la historia del cine.
Juan Marey
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