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Voto de Gort:
4
5,3
11.970
Comedia. Fantástico
Scott Howard es un tímido estudiante de instituto que descubre que es un hombre-lobo. Aunque en un principio su estado le provoca una terrible preocupación, poco a poco irá desarrollando sus nuevas, ágiles y peludas cualidades para ligar con las chicas y ganar al baloncesto. (FILMAFFINITY)
12 de febrero de 2008
80 de 105 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien no me considero un cinéfilo sí puedo decir que conozco a uno con todas las letras. En una de las habitaciones de la casa de mi amigo Diego se encuentra una más que nutrida cinemateca repleta de tesoros ignotos para un neófito como yo, un bastión que soporta con paciencia mis continuos saqueos. La última vez que fui a casa de Diego (es decir, la última vez que fui a abusar de su generosidad) me propuso que eligiera una película para verla juntos, ya que tenía la tarde libre. No sólo pretendía seguir instruyendo mi candidez cinematográfica, sino que, además, dijo sacando una botella del armario, iba a presentarme a su amigo “Bourbon”. Así que mientras inspeccionaba las estanterías y caía en la cuenta de que Diego debía haber vuelto a ordenar su colección, di a parar con la carátula de esta película, ‘Teen Wolf. De pelo en pecho’, entre otras de las que, sólo ahora me doy cuenta, debería haberme fijado mejor.
-Esto que tienes aquí, me dirás que es de algunos de tus ligues, que se la dejó en tu casa…-le dije en tono de guasa.
Diego entró en la habitación sosteniendo dos vasos y sonriendo, tratando de descubrir a qué me refería. Me acercó uno de los vasos y se topó con el pecho de lobo del protagonista. Sostuvo la película mientras daba un trago, y me replicó con un impostado tono académico de reprobación:
-¡Qué dices! ¡Es un clásico! Esta película inaugura el género “encestar dos tiros libres para ganar con el tiempo ya cumplido”. Además, hay una escena de una fiesta brutal a la que, si no fuera porque ya me siento mayor, sin duda me apuntaría.
-Pues entonces la vamos a ver -respondí siguiendo la broma.
La había visto hacía ya mucho tiempo y tenía un recuerdo bastante difuso de ella, simplemente me apetecía aprovechar la oportunidad de resarcirme de tanta instrucción solapada, de tanto parloteo sobre el cine de los 50 y sobre la épica en Kurosawa. Pero no tardé en darme cuenta de que no sería así.
(Sigue en spoiler sin desvelar nada de la película).
-Esto que tienes aquí, me dirás que es de algunos de tus ligues, que se la dejó en tu casa…-le dije en tono de guasa.
Diego entró en la habitación sosteniendo dos vasos y sonriendo, tratando de descubrir a qué me refería. Me acercó uno de los vasos y se topó con el pecho de lobo del protagonista. Sostuvo la película mientras daba un trago, y me replicó con un impostado tono académico de reprobación:
-¡Qué dices! ¡Es un clásico! Esta película inaugura el género “encestar dos tiros libres para ganar con el tiempo ya cumplido”. Además, hay una escena de una fiesta brutal a la que, si no fuera porque ya me siento mayor, sin duda me apuntaría.
-Pues entonces la vamos a ver -respondí siguiendo la broma.
La había visto hacía ya mucho tiempo y tenía un recuerdo bastante difuso de ella, simplemente me apetecía aprovechar la oportunidad de resarcirme de tanta instrucción solapada, de tanto parloteo sobre el cine de los 50 y sobre la épica en Kurosawa. Pero no tardé en darme cuenta de que no sería así.
(Sigue en spoiler sin desvelar nada de la película).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Apenas me había dado tiempo a hacer un par de chistes sobre el partido de baloncesto, cuando noté que Diego le prestaba más atención a la pantalla que a mis ocurrencias. Un par de tragos al bourbon en silencio, con la mirada puesta en la pantalla, y vigilando de reojo las reacciones de mi amigo, me hicieron comprender que Diego mantenía algún vínculo especial con aquella película. En algún momento esbozó algún chiste sobre la caracterización del hombre-lobo o sonrió ligeramente en respuesta a algún comentario que hice, pero yo ya tenía claro que debía respetar el ensimismamiento, trago tras trago, en el que se había sumido. Poco antes del final, mientras se jugaba el trascendental y decisivo partido, Diego pareció recuperarse de su trance.
Cuando salí de su casa, con un par de películas de Bergman y Woody Allen bajo el brazo, tenía ya claro que todo tenía que ver con la actriz morena que aparecía en la película interpretando el papel de amiga enamorada del protagonista. Reconozco mi predisposición a la especulación pero para mí era evidente que le recordaba a alguien, no creí a mi amigo tan cursi como para haberse enamorado de una actriz, idolatrándola con esos silencios tan intensos desde este otro lado de la pantalla, obviando la distancia no sólo del océano sino también del tiempo. Traté de imaginar el día en que descubrió por casualidad, tal vez en la televisión, el asombroso parecido de ‘Boof’ con, pongamos, aquel amor de su adolescencia, su espera abstraída durante los anuncios. Y cómo, semanas después, encontraba esta película en algún centro comercial, no dudando en llevársela a casa escondida entre alguna de Lynch o de cine coreano, disimulando ante la aburrida cajera.
En todo caso, todas estas consideraciones me llevaron a pensar sobre la extrañeza de la vida. Una película que fue concebida como un simple entretenimiento para adolescentes de los ochenta logra sumir en la melancolía sin proponérselo. El cine, ese baile de luces y sombras, es capaz de alcanzarnos de la manera más imprevista y hasta la película más floja tiene plausible justificación.
¡Atento, amigo cinéfilo! El tiempo y el creciente tamaño de la Filmoteca no te hacen estar a salvo.
Cuando salí de su casa, con un par de películas de Bergman y Woody Allen bajo el brazo, tenía ya claro que todo tenía que ver con la actriz morena que aparecía en la película interpretando el papel de amiga enamorada del protagonista. Reconozco mi predisposición a la especulación pero para mí era evidente que le recordaba a alguien, no creí a mi amigo tan cursi como para haberse enamorado de una actriz, idolatrándola con esos silencios tan intensos desde este otro lado de la pantalla, obviando la distancia no sólo del océano sino también del tiempo. Traté de imaginar el día en que descubrió por casualidad, tal vez en la televisión, el asombroso parecido de ‘Boof’ con, pongamos, aquel amor de su adolescencia, su espera abstraída durante los anuncios. Y cómo, semanas después, encontraba esta película en algún centro comercial, no dudando en llevársela a casa escondida entre alguna de Lynch o de cine coreano, disimulando ante la aburrida cajera.
En todo caso, todas estas consideraciones me llevaron a pensar sobre la extrañeza de la vida. Una película que fue concebida como un simple entretenimiento para adolescentes de los ochenta logra sumir en la melancolía sin proponérselo. El cine, ese baile de luces y sombras, es capaz de alcanzarnos de la manera más imprevista y hasta la película más floja tiene plausible justificación.
¡Atento, amigo cinéfilo! El tiempo y el creciente tamaño de la Filmoteca no te hacen estar a salvo.