Inesperado film de Tommy Lee Jones, en el que nos sorprende su buen hacer tanto delante como detrás de la cámara, sobre un guión de Guillermo Arriaga (basado en hechos reales), la película se apoya sobre una excelente y magnífica fotografía de Chris Menges, y un estupendo trabajo de Barry Pepper (quizás en su mejor actuación en la pantalla).

El pulso narrativo de Jones nos cuenta con eficacia lo que pretende: contarnos una historia de amistad entre un mexicano Melquíades Estrada y su capataz Pete Perkins (Lee Jones), y que a la vez también lo es de redención y maduración personal sobre la persona de Mike Norton (Barry Pepper). La película se mueve entre un western crepuscular y una “road movie” de fuerte carga alegórica y sentido moral, con la luminosidad cegadora de los áridos desiertos cercanos a México, lugar donde debe ser enterrado Melquíades, pues así se lo pidió a su capataz, y el culpable de su muerte deberá ser su sepulturero en el verdadero lugar donde quería reposar el bueno de Melquíades Estrada.

La historia está contada con agilidad y precisión y se sigue sin dificultad, de forma que la muerte de Melquíades nos es contada a tres bandas hasta completar el puzzle de todo lo sucedido, y se explica la pasividad de una policía corrupta que dejará paso a una venganza personal con sabor a lección moral. La mirada de Lee Jones no es, sin embargo, la de un John Ford nostálgico del pasado, sino que se aproxima más bien a un Sam Peckinpah con su violento y desgarrado mundo, o la de un Clint Eastwood que vive su particular odisea como centauro del desierto.