Tenemos una madre asesinada y enterrada en un paraje solitario por el hijo; hermano y hermana incestuosos que al enterarse ella de la muerte de la mama vuelven para recuperar el cadáver y se confunden de fiambre, un alijo de drogas en torno al cual tenemos más muertes y escenas presuntamente chuscas, un tipo que gira como una ruleta boca abajo apoyado en su pene erecto, 100 cerdos que irrumpen en la casa donde se desarrolla caso toda la historia, policías imbéciles e inoportunos en sus apariciones y algún que otro desnudo y escena subida de tono y todo ello narrado en clave de esperpéntica comedia macabra y con un titulo a priori prometedor (ya saben, “Cadavres” en la versión original).

Pues bien, como aficionado a la comedia macabra con cadáver o cadáveres rondando por la trama antes de su enterramiento definitivo, que a poco que este medianamente bien contada me suele hacer pasar un rato entretenido, reniego de esta larga e interminable (casi 2 horas) pueril estupidez (por muy obscena que pretenda ser), interpretada y dirigida como si todos los implicados estuvieran en un viaje de LSD, a la que ni poniendo toda mi voluntad le he encontrado la gracia (apenas una sonrisa al comienzo cuando todavía tenía esperanza de encontrarme ante algo potable) y a la que he soportado hasta el final solo y exclusivamente por la presencia en prácticamente todas las escenas de la subyugante, sensual, y magnética belleza de la pelirroja que hace de hermana, Julie LeBreton.