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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Voto de Jean Ra:
7
Drama Era una vieja ley del pueblo, de un tiempo tan lejano que ya nadie lo recordaba; Al alcanzar los 70 los ancianos debían abandonar el pueblo para ir a vivir en la cima de la montaña Narayama. Una sentencia de muerte despiadada que sumía en la tristeza y la desesperación a las familias cuando tenían que enviar a sus mayores a la montaña. Orin tiene 69 años y se acerca el momento de partir hacia la montaña, pero todavía tiene que encontrar ... [+]
27 de diciembre de 2008
46 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo queriendo replicar a esas películas que ensalzan los valores tradicionales del mundo rural, Imamura tomó a una aldea perdida en las montañas al norte de Japón para, sin escatimar apenas en crudeza, decir que no todo es entrañable y amable, que la suma de pobreza y aislamiento geográfico bien puede aproximar a una comunidad a una brutalidad casi primitiva. Aunque se sirve de ciertas metáforas visuales de animales, con las que establece unos paralelismos que asemejan a unos y a otros, son las retrógradas costumbres y las supersticiones de las que son pasto los aldeanos sus principales bazas para sostener su discurso. Las periódicas hambrunas han hecho del homicidio una medida preventiva y, al igual que los búfalos, para que el grupo pueda ir mejor, deben deshacerse obligatoriamente de sus miembros más débiles y menos productivos, por eso se abandona a los ancianos en el monte Narayama, para asegurarse el tiro, ya que en caso que les de por valorar su vida tengan la supervivencia inalcanzable. Ese alejamiento tan extremado de la civilización les permite también gozar de poder para aplicar castigos desmesurados para cortar de raíz los problemas. Sirva como ejemplo la escena más escalofriante de todas, ésa en la que una familia entera es enterrada viva por el simple hecho de robar algo de comida, una pena ejecutada con una crueldad inhumana y socialmente aceptada. O esa superstición que empuja al padre a pedirle a su hija que se acueste con todos los jóvenes para aplacar las supuestas iras del espíritu de un alma en pena, hecho impensable en el resto del país, dónde una mujer bien podía ser degradada por el simple hecho de tocar la mano de un extraño.
El sexo sirve como herramienta para remarcar el alejamiento de las convenciones sociales patente en la aldea, y no sólo por la alegría con la que se entregan a la jodienda, cosa bien sana, si no por momentos tan extraños como cuando el padre y la abuela tantean a diferentes lugareñas para concertarle un polvo (sin ánimo de compromiso) a uno de los hijos menores. Hace falta estar tronado. Mi madre hace eso y de la vergüenza me tiro de cabeza por la ventana.

La anciana Orin parece representar el símbolo de los sentimientos humanos, pues es con ella con quien únicamente se observa ternura y bondad humana en la pantalla, ejerciendo así de contraste (junto con los bellos paisajes) para equilibrar el crudo retrato rural.

La abundancia y lo explícitas de las escenas sexuales, las cuales aparentemente no parecen ser imprescindibles, y esa falta de interés por dejar claro sobre lo que se pretende hablar consiguen que en sus primeros compases la película resulte extraña y confusa, pero vale la pena concederle un poco de tiempo para finalmente ver una de las películas más insólitas, cautivadoras, desabridas y desapacibles del cine japonés, que lejos de querer aleccionar moralmente, al final reflejará hasta que extremos es capaz de llegar el ser humano para sacrificarse por sus congéneres.
Jean Ra
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