De cuando en cuando conviene ver una mala película. Solo así se valoran mejor las buenas películas e, incluso, las que sin llegar a esa calidad simplemente ofrecen un aceptable grado de dignidad. Claro que no hay que ser tan masoquista como para buscar una mala película y flagelarse con ella. Con las películas malas terminas topándote, sin querer, de cuando en cuando. Y es bueno aguantarlas para valorar luego mejor el bien cine.

“El embrujo de Paris”, un título tan estúpido como el original de “Paris Holiday”, es un ejemplo notable de película mala, pésima. Para comenzar hay que preguntarse si realmente tiene guion o si simplemente se acumulan situaciones y escenarios pretendidamente propicios a la comicidad esperando que ésta llegue. Se enfrentan dos actores como Fernandel y Bob Hope, que han demostrado en otras películas su capacidad para hacer reír. Aquí no tienen ninguna gracia. Fernandel no hace sino repetir muecas y Bob Hope, ni eso. Anita Ekberg y Martha Hyer se limitan a exhibir modelos. El argumento es imposible de contar porque no tiene pies ni cabeza.

Nada tiene gracia. No es que no provoque carcajadas, es que ni siquiera tiene el espectador una oportunidad para esbozar una sonrisa.