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Voto de Chris Jiménez:
7
Drama Cecilia (Ingrid Thulin) sufre una hemorragia interna cuando sólo lleva tres meses de embarazo. En la habitación del hospital conoce a Stina (Eva Dahlbeck), cuyo bebé nacerá con retraso, y a Hjördis (Bibi Andersson), que espera un hijo ilegítimo y ha intentado abortar. (FILMAFFINITY)
29 de marzo de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seguramente nunca el limbo que separa la vida de la muerte fue tan bien representado como en el hospital donde se encuentran las tres protagonistas de esta historia.
Tres mujeres que compartirán los diferentes enfoques y tratamientos sobre una de las etapas vitales más arduas a la par que hermosas, el llamado "milagro del nacimiento".

La filmografía de Ingmar Bergman está regada de joyas inmortales (como "El Manantial de la Doncella", "Persona" o "El Séptimo Sello"); también cuenta con una buena lista de títulos que, sin llegar a la categoría de obras maestras, poseen un valor indiscutible para el universo cinematográfico (caso de "Como en un Espejo", "Gritos y Susurros" o "La Hora del Lobo"), y también hallamos interesantes trabajos que, eclipsados por otros de mayor envergadura, nunca captan la atención del público, no obstante trabajos de una notable calidad a reivindicar (como son "Noche de Circo", "Los Comulgantes"...o "En el Umbral de la Vida").
Producción concebida como película de cámara cuyo guión firma la autora Ulla Isaksson (quien más tarde escribirá "El Manantial..."), basándose en su propia novela "Det Vänliga, Värdiga", publicada en 1.954. Sin dar concesiones al exterior ni permitirse el lujo de "flashbacks" (más o menos como haría poco después en "Como en un Espejo"), Bergman se sirve de uno de sus más recurrentes elementos, el escenario único, donde desarrollará la acción durante todo el metraje. Ya desde los créditos iniciales nos atrapa entre las translúcidas puertas de la maternidad y el mundo invisible que pueda disponerse atrás nuestro, aquél que nunca veremos.

La atención recae sobre Anders y Cecilia, quien ha ingresado por severas complicaciones en el tercer mes de su embarazo. El terror se apodera de la mujer, tanto por la supuesta pérdida del bebé como por la asfixiante atmósfera del lugar (la siniestra camilla, el lento avanzar de las agujas del reloj, el aborrecible llanto del muñeco, las sábanas manchadas de sangre...), mientras se enfrenta a la indiferencia, incomprensión y frialdad de los doctores (normalmente hombres) y a una relación desprovista de verdadero amor, planteando Bergman una vez más su matrimonio clásico, por encima del cual planean las sombras de la incomunicación y la hostilidad disimuladas con amables pero falsos sentimientos.
Tras conocer la cara más negra de la historia, ésta se dividirá y dará paso a los personajes de Stina y Hjördis, centrándose así en la relación triangular de estas mujeres encerradas en el microcosmos de paredes blancas que es la habitación que han de compartir, manteniendo en ella una significativa relación (Stina volcará su instinto materno sobre Cecilia y Hjördis, mientras ésta siente en las dos primeras una imagen de madre sustitutiva). La desgracia y amargura se presentan en su forma más literal en Cecilia y Hjördis, la descarada joven aquejada por un embarazo no deseado incapaz de revelar a su madre (el eterno "bergmaniano" conflicto madre-hija) y abandonada por el padre del bebé que reside en su interior.

Stina, por su parte, será la viva imagen del optimismo, cuya sensación constante de euforia, que sin embargo oculta un tremendo pavor en sordina, aplastará a sus mortificadas compañeras; de hecho Bergman se permite un resquicio de luz y esperanza al presentar a ésta y su marido Harry como una pareja tocada de la mano de la felicidad (nada usual en su cine). Felicidad que no tardará en hallar su reverso de pesadilla a raíz de ese difícil parto con el que el sueco se empeña en mostrarnos lo doloroso e insoportable que puede llegar a ser el momento de la concepción (del sufrimiento se engendra vida, y viceversa).
En una sala apartada, unas jubilosas madres ignorantes de los pesares de las protagonistas, dan el pecho a sus bebés; se nos han presentado en su forma más dura y sincera las dos caras de la maternidad, y, por obra y gracia de Bergman, entre tanta aflicción y culpa siempre puede existir un atisbo de esperanza, la cual se extenderá inesperadamente a la situación final de Hjördis y quizá de Cecilia (Stina carecerá de esta suerte, un claro ejemplo de la imaginería torcida del sueco con respecto a los insondables caminos de la vida).

La luz (saturada por Max Wilen, quien desempeña un trabajo de fotografía brillante) violenta a los seres, mientras que la oscuridad les alivia y ayuda a liberar sus frustraciones; Bergman maneja una puesta en escena sobria y lúcida, sin alardes técnicos, incluso sin banda sonora, únicamente compuesta de los llantos de los bebés, las pisadas, los gritos y los diálogos, pronunciados por un notable plantel donde se encuentran habituales colaboradores como Erland Josephson, Gunnar Sjöberg y un Max Von Sydow extrañamente alegre (teniendo en cuenta los papeles que ha interpretado para el director).
Aunque nadie eclipsa al maravilloso trío de actrices principales, cada una fascinante en sus respectivos personajes (aunque resulte difícil afrontar a los de Bibi Andersson y Eva Dahlbeck, quien se hace desquiciante en ocasiones) destacando sobre todo una sufrida Ingrid Thulin, criatura atormentada y neurótica que se acostumbrará a aparecer de este modo en posteriores trabajos del director ("El Silencio", "Los Comulgantes", "Tras el Ensayo", "Gritos y Susurros"...).

Los seguidores de Ingmar Bergman aferrados a su etapa de salvaje ruptura estética y formal (los '60), en la que dio a luz a algunas de sus más inolvidables perlas, ciertamente (y muy erróneamente) no repararán en este pequeño, íntimo y realista melodrama de escenario único más propio de su primera etapa y situado en tierra de nadie al verse cercado por dos obras tan importantes como la ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín "Fresas Salvajes" y "El Rostro".
Chris Jiménez
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