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Voto de Luis Guillermo Cardona:
5
Comedia En una pelea callejera Sullivan (Harold Lloyd), un humilde lechero, derriba de un puñetazo a un boxeador profesional. Ante el posible escándalo el manager del púgil contrata a Sullivan para pelear. Es una oportunidad para alcanzar la fama y hacer fortuna. (FILMAFFINITY)
5 de agosto de 2010
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Vía Láctea no se refiere aquí a esa galaxia espiral que contiene nuestro sol y los millones de estrellas que envuelven nuestro hogar… aunque al estar nosotros aquí, en tal sentido podría relacionarse. Tampoco alude al camino que conduce a Santiago de Compostela, al cual el director Luis Buñuel le dedicaría una de sus más cáusticas e interesantes películas… pero, en todo caso, alude a un camino.

Esta es la historia de un repartidor de leche y su vía láctea es aquella que recorre cada día con su yegua Agnes, para entregar las botellas con el blanco líquido de Lácteos Sunflower. Nuestro hombre se llama Burleigh Sullivan y tiene una linda hermana llamada Mae a la que mal-pretende un boxeador de peso mediano conocido como “Speed” McFarland. Defendiendo un día a su hermana de las pesadezas del campéon y de su colega, “Speed” termina con un ojo morado y en el piso, y la prensa da como noticia de primera plana que “un humilde lechero noqueó en la calle al campeón de boxeo”.

Pero el arte de Burleigh no se relaciona con la fuerza sino con la Esquiva (a fuerza de defenderse cuando era chico aprendió a esquivar los golpes y todo aquello que le lanzaban). Demostrada su eficacia, el manager del campeón se interesa por su destreza, y el amigo Sullivan parece condenado a meterse a los cuadriláteros.

Todo bien hasta aquí. La historia engancha. Tiene situaciones divertidas. Harold Lloyd parece sentirse cómodo en el cine sonoro. Quienes lo secundan: Menjou, Stander, Mack y demás actores de reparto, encajan en lo suyo. El ambiente, con toda su simpleza, funciona como historia de un hombre del pueblo… pero, la esencia del personaje, aquel Arte de la Esquiva que parecía tan prometedor, se queda en los pañales y la historia se difumina perdiendo su rumbo y desencantándose por completo.

Sólo los directores Newmeyer, Taylor, Wilde y Bruckman supieron captar la fuerza, la poesía y el virtuosismo del gran Harold Lloyd, un hombre que, definitivamente, pertenece sólo a una época: los años 20. Lo que siguió luego (con alguna excepción), se doblegó ante el sonido, y poniendo en primer plano las palabras, dejó en segundo término los gags, la poesía de la imagen pura y la virtud extraída del movimiento. Y así, el cine cómico perdió su magia, porque abandonó aquel sustrato que lo hizo grande.

La vía láctea, con sus mágicas estrellas, no consigue verse en un filme como éste. Nos deja en tierra, con la cabeza baja, caminando con una de aquellas antiguas botellas de leche con rumbo hacia la casa. Quizás un vaso de la blanca bebida con unas cuantas galletas, nos calme el hambre de diversión que nos ha dejado.
Luis Guillermo Cardona
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