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España España · Madrid
Voto de keizz:
6
Drama Sentaro tiene una pequeña pastelería en Tokio en la que sirve dorayakis (pastelitos rellenos de una salsa llamada "an"). Cuando una simpática anciana se ofrece a ayudarle, él accede de mala gana, pero ella le demuestra que tiene un don especial para hacer "an". Gracias a su receta secreta, el pequeño negocio comienza a prosperar. Con el paso del tiempo, Sentaro y la anciana abrirán sus corazones para confiarse sus viejas heridas. (FILMAFFINITY) [+]
19 de noviembre de 2015
32 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sentaro (Masatoshi Nagase) dirige una pequeña pastelería en Tokio donde vende dorayakis (pastelitos rellenos de salsa de frijoles rojos dulces, llamada “An”). Una anciana, Tokue (Kirin Kiki), se ofrece para trabajar con él, pero la rechaza. Cuando le demuestra su talento para hacer “An”, decide contratarla, lo que hace que la pastelería tenga cada vez más clientes. Sentaro y Tokue se van conociendo cada vez más y se van revelando sus viejas heridas.

Se trata de una película de la directora Naomi Kawase. Tengo un problema con Kawase. Su cine tan cuidado, tan poético, tan delicado… no me llega. Reconozco sus virtudes visuales y el extraordinario mimo con que viste sus historias, pero es una belleza que me deja frío. Me pasó en “Aguas tranquilas” y me ha vuelto a pasar en ésta. Yo creo que es porque los personajes no están bien desarrollados, o eso me parece a mi. O quizá hay que ser japonés para empatizar con ellos.

Kawase plantea la situación. Pone los elementos encima de la mesa, y tiene buena pinta. Unos preciosos planos de los cerezos, un pastelero solitario y enigmático, una anciana que habla con las hojas de los árboles y escucha lo que le dicen las judías, una jovencita que tiene un canario y pasa mucho tiempo en la pastelería… y a partir de ahí, ¿qué? Entonces es cuando Kawase flaquea, a mi juicio. El desarrollo de la historia carece de fuerza.

Se pone todo el foco en el esmero en que Tokue elabora el “An”, asistimos al proceso completo, vemos el efecto del paso de las estaciones del año en los cerezos, todo muy bonito, pero seguimos a kilómetros de la pantalla, sin que haya una mínima identificación o empatía con lo que sucede. El enigmático pastelero solitario me empieza a dejar de interesar, y la anciana no me da la pena que se supone que debería darme. No entiendo esa relación a tres bandas. No me emociono por nada, y tengo la sensación de que debería, pero no.

La película se va desarrollando a fuego lento, y uno espera que cuando los personajes descubran su pasado, y entendamos su comportamiento, todo tendrá sentido. Pensamos que cuando se descubra el pastel (nunca mejor dicho) la película irá hacia arriba y nos quedaremos absortos en las butacas. Sin embargo, Kawase no va por ahí, o no es capaz de llegar al corazón del espectador cuando las heridas de la vida de sus personajes quedan al descubierto.

Por otra parte, es de agradecer que Kawase no recurra a efectos tramposos en una trama que tenía todas las papeletas para recurrir a ellos. La pistola estaba cargada de balas sentimentaloides, pero Kawase no la dispara. Es loable su intento de llegar a tocar la fibra del espectador a través de la sutileza visual, recurriendo más a la lírica intimista que al efectismo. Eso lo valoro mucho, pero considero que no llega como debería, al menos al público occidental.

Los problemas de salud de Tokue y los problemas económicos de Sentaru marcan sus vidas, y juntos se hacen más fuertes. Kawase nos muestra que nunca es tarde, que la persona menos pensada nos puede aportar la fuerza necesaria para sacar la cabeza fuera del fango de las miserias de la vida, y que la naturaleza está ahí para aprender de ella cada día, con su ritmo lento y preciso, con su sabiduría silenciosa. Lástima que la resolución de la historia no fuera algo más arriesgado y menos previsible.

Más allá de que a cada uno le llegue más o menos la película, lo que es innegable es que el film rezuma ternura y esmero. Kawase, como en “Aguas tranquilas”, pone el énfasis visual en los pequeños detalles, y se basa en ellos para contar su historia. La infinita elegancia visual del cine de Kawase está fuera de toda duda. Esta mujer tiene un don para construir imágenes.

“Una pastelería en Tokio” es una película agradable, sencilla, rezuma sensibilidad y buen gusto, pero cuesta mucho sentirse partícipe de lo que pasa en la pantalla. La identificación con los personajes no existe (al menos, en mi caso), y todo es muy bello pero muy lejano. Seguiré viendo películas de Kawase, porque se que cuando haga una película que me llegue dentro será una experiencia fantástica.

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keizz
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