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España España · Madrid
Voto de keizz:
8
Drama Una pequeña ciudad alemana, poco tiempo después de la I Guerra Mundial. Anna va todos los días a visitar la tumba de su prometido Frantz, caído en la guerra, en Francia. Un día, Adrien, un misterioso joven francés, también deja flores en la tumba. Su presencia suscitará reacciones imprevisibles en un entorno marcado por la derrota de Alemania. (FILMAFFINITY)
26 de enero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un pequeño pueblo alemán, poco después de la Primera Guerra Mundial, Anna (Paula Beer) acude cada día al cementerio a poner flores en la tumba de su novio, Frantz, muerto en la guerra. Un día descubre a un desconocido (Pierre Niney) llorando junto a la tumba de Frantz. Pronto descubre que se trata de un soldado francés llamado Adrien, que conoció a Frantz en la guerra. Poco a poco, la relación entre Adrien, Anna, y los padres de Frantz va siendo más estrecha.

El director francés François Ozon se atreve en esta ocasión con la historia que ya contó la excelente película de Lubitsch “Remordimiento” en 1932, una de las pocas películas dramáticas de un maestro de la comedia como el genial director alemán. Ozon nos sabe poner con maestría en el punto de vista de cada uno de los personajes y juega con la realidad y la ensoñación, lo que nos gustaría que fuera y lo que en realidad es. Para lo cual utiliza también el blanco y negro y el color, ambos empleados con un espectacular sentido estético.

Como ya hiciera en la película que más me gusta de Ozon, “En la casa”, el francés indaga con curiosa mirada en el comportamiento humano. El enamoramiento, el luto por la pérdida, el sentimiento de culpa, el rencor, la sinrazón de la guerra o la presencia siempre inquietante de la persona que se fue dentro del corazón y la memoria de sus seres queridos son solo algunos de los recovecos del alma humana por el que discurre esta película de continuos contrastes, como contrasta el gris desangelado del pequeño pueblo alemán de postguerra con el colorido y artístico Paris.

Yo creo que el uso del blanco y negro ayuda a que el espectador se embriague de la película. Junto con la música, le dan un aire de cine clásico, de cine de verdad, que con el cuidado estético de cada encuadre hacen que la película cautive poco a poco, plano a plano, cada vez más. La belleza de lo audiovisual excita la parte sensorial, y junto con la emotividad de la historia hacen que la transmisión emocional pantalla-espectador fluya con toda naturalidad.

El film es, entre otras cosas, un canto al arte. Es un homenaje al cine, pues es imposible verla sin que te vengan referencias de románticas películas clásicas o de las atmósferas misteriosas que creaba el maestro Hitchcock. Es una película que hace que pienses en el cine. Además, existen varias referencias culturales constantes, especialmente dos: los poemas del escritor francés Verlaine, y las pinturas de Manet, sobre todo el cuadro “El suicida”, que no conocía y del que quedé prendado. También los conciertos de violín aparecen y dan lustre al film. Cine, música, poesía, pintura, el arte es un ingrediente esencial en “Frantz”.

Pero más allá del nivel artístico y más allá de los aspectos formales (el aroma a cine clásico y el preciosismo técnico es arrebatador), lo que me conmueve de la película es el romanticismo que destila. Es una historia de amor un tanto especial y compleja, por eso es creíble y te llega. Un amor verdadero porque es doloroso e irrenunciable. Es pura melancolía, una lacerante aflicción escondida debajo de una pantalla que muestra con exquisita elegancia formal una historia antibelicista. La película no es lo que parece. Igual que los enamorados mienten para protegerse, porque la verdad es demasiado dolorosa, la película miente, pero igual que a aquellos, se les termina notando. Y eso siempre conmueve.

Las heridas del amor y las de la guerra se parecen. Ambas son terribles, cicatrizan mal, provocan rencor y difícilmente se olvidan. Además, por mucho que nos duela somos tercos y volvemos a reincidir en los viejos errores. Nos volvemos a enamorar perdidamente a pesar del daño que podemos recibir. Lo mismo le pasó a Europa. Tras la terrible Primera Guerra Mundial y las estremecedoras consecuencias que tuvo, apenas se recuperó del dolor recibido poco tiempo después volvió a equivocarse y se produjo una nueva gran guerra, más demoledora todavía.

Las interpretaciones lógicamente tienen que estar a la altura para que la película funcione debidamente, y a fe que lo están. Pierre Niney está convincente, y Paula Beer sencillamente arrebatadora. Su mirada vidriosa tardas de quitártela de la cabeza, ese modo de transmitir dolor y confusión a partes iguales sin decir una palabra… Ella es el sostén interpretativo del film, ella es quien vertebra la historia, y su personaje es el que divide la película en dos: antes y después de su viaje a Paris.

Frantz, Anna, Adrien, los padres de Frantz, todos víctimas de su tiempo y su condición. Víctimas de la guerra y del amor. Personajes frágiles, que necesitan consuelo, que temen ilusionarse porque le temen al dolor de los sueños incumplidos, pero al mismo tiempo necesitan hacerlo porque necesitan vivir. Aunque Anna tenga que enfrentarse al “Suicida” de Manet para recordar que tiene que querer seguir viviendo. Personajes rebosantes de sensibilidad a los que es imposible no tomar cariño.

Vamos, que me ha gustado, yo creo que a estas alturas ya se nota. Y eso que me sobran cosas. Me sobró esa “Marsellesa” en el bar que no venía a cuento y fue un bajonazo, me sobró la última escena de la estación y algunas cosas más que no quiero desvelar, pero a pesar de todo es una película que me arañó por dentro, y eso ya es mucho. Es imperfecta, pero fascinante. Emocionante, conmovedora y además su envoltorio es todo un placer estético. Poco más puedo pedir.

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keizz
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