Lejos está de ser algo grandioso, los actores no hacen nada extraordinario y la historia se pudo haber contado mejor. Sin embargo, se aplaude la veracidad del argumento, el muy buen trabajo de ambientación y vestuario y la neutralidad con que se abordan los hechos. De paso, ojalá el público vaya tomando conciencia de la verdadera actitud de Schmelling, y se continúe limpiando su imagen, bastante distorsionada todavía: por más que los nazis trataron de usarlo en su provecho como un instrumento de propaganda, fue un atleta íntegro que se opuso siempre a la horrible visión de Hitler y sus carniceros: por eso fue odiado por todos los jerarcas nazis, en especial por el fanático Goebbels. Hay que añadir que en su casa refugió judíos, a quienes también alimentaba, y que, ya en su madurez, supo tenderle la mano al mismo que lo hubiera noqueado años antes.