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China China · Qingoco
Voto de Txarly:
9
Acción. Drama Narra la rivalidad que mantuvieron dos grandes pilotos de Fórmula 1, el británico James Hunt y el austriaco Niki Lauda, sobre todo en 1976, año en el que Lauda sufrió un gravísimo accidente que casi le costó la vida. (FILMAFFINITY)
31 de enero de 2014
183 de 210 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinco son los momentos que tengo grabados a fuego en mi matrimonio con la Fórmula Uno. El primero de ellos se remonta al que trata esta película, y de cómo siendo un niño observaba atónito desde el salón de mi casa cómo a uno de mis súper héroes se le quemaba la cara, seguramente, y aún no lo sabía, a mi súper héroe favorito. La muerte del gran Gilles Villeneuve durante los entrenos en Bélgica fue el segundo recuerdo imborrable, y el tercero el no menos trágico accidente mortal de "maravilla" Senna, empotrándose contra el muro de Ímola a más de 300 km/h y dejándome "distraído" durante toda la semana siguiente. El cuarto instante que tengo grabado es la épica victoria de Olivier Panis en Mónaco, una de las mejores carreras de la Historia, siendo el quinto y último gran recuerdo de la F-1 contemplar flipando como durante la última carrera del mundial y durante la última vuelta en el circuito de Inter Lagos, un negro montado en un Mc Laren (una visión surrealista 30 años a) se aprovechaba de un diluvio universal que duró sólo esa vuelta, para remontar 28 segundos en apenas cinco mil metros y llevarse su primer Campeonato del Mundo. Lo nunca visto, digno de cualquier peli de superación de Disney.

Cinco como decía, son mis recuerdos favoritos, y tres (como los mosqueteros) mis pilotos. En mi niñez admiraba al gran Alan Jones, pero sobre todo, a la increíble parrilla que componía la Fórmula 1 de entonces: Mario Andretti, Michelle Alboreto, Nelson Piquet, Gilles Villeneuve, Andrea de Cesaris, Emerson Fittipaldi, Carlos Reuteman, Niki Lauda, James Hunt, Alain Prost o el mismo Alan Jones. Nunca ha habido una constelación de estrellas como entonces, tíos que se jugaban los huevos en cada trazada, y en el que tener el mejor coche no era sinónimo de victoria como lo es a día de hoy. Años más tarde, y como todo hijo de vecino, admiraba a Senna. Sus duelos con Prost conseguían que el galo nos cayese mal a todos, tal y como Hunt lograba con Lauda y que Howard plasma fenomenalmente en la película. Mi último héroe es asturiano. Su único defecto es no haber nacido en Zizurkil y apellidarse Alonsotegi, pero todo no se puede tener. "Magic" Alonso es una máquina de conducir y posee el carácter más parecido a Lauda de toda la parrilla actual.

Pero volvamos a Niki Lauda. Recuerdo en aquella lejana televisión en blanco y negro de la transición como el comentarista de turno ya nos lo pintaba como un tipo serio y hosco, rayando lo desagradable. A mí me caía bien, pensaba que alguien que tuviera nombre de camiseta no podía ser un mal tipo, y menos con ese aspecto de Fantasma de la Ópera que se le había quedado. La pena y la admiración se mezclaban en lo que sentía sobre aquel piloto, y aún así, mi favorito seguía siendo Jones.

La caracterización y las interpretaciones de los dos personajes es perfecta. Sus diálogos, las miradas que se entrecruzan, ese rollo macho-alfa-teparto-lasputaspiernas-nenaza, mola un montón. La rehabilitación de Lauda con esofaguitis doble incluída te deja la piel de gallina. Los huevos que le echa el tío para volver a la pista a partirle la cara a Hunt, la inoportuna pregunta de aquel periodista y el encuentro en el hangar son algunos de los momentos memorables que atesora Rush, la película perfecta para todos a los que nos gusta conducir a más de 45 Km/h, alejada infinitum de estupideces protagonizadas por Cruise, Diesel y demás morralla motorizada.

Pues bien, 35 años después, Howard ha conseguido con esta gran película que rememore sentimientos que andaban escondidos dándome la perspectiva que me faltó en aquellos tiempos de mi niñez, y que afirme sin ningún tapujo que el piloto más grande de toda la Historia de la F-1 ha sido Niki Lauda. Su tercer campeonato del mundo, que ahora recuerdo mejor, fue apoteósico. Como lo es verle hoy por el paddock responder con esa anti flema británica que le caracteriza a cualquier pregunta incómoda sin cortarse un pelo, repartiendo a quien haga falta, Alonso incluído. Un grande del motor que consiguió en sus días que el díscolo Hunt fuese aún más piloto de lo que en realidad fue, y teniendo la gallardía de reconocer abiertamente que ha sido del único piloto que ha tenido envidia en su vida, lo que no es de extrañar contemplando las fotografías en las que salen juntos. Yo también la hubiera tenido.

Muy recomendable como parte indispensable de la historia deportiva del siglo XX y ejercicio práctico de cómo rodar "una de acción" sin caer en los clichés y estupideces del género.
Txarly
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