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Tajikistan Tajikistan · Demonlandia
Voto de Neathara:
8
Drama. Romance Año 1851. Ada, que es muda desde niña, acaba de enviudar. Un matrimonio concertado la obliga a dejar su Escocia natal y viajar a Nueva Zelanda, acompañada de su hija y de su piano. Allí conoce a su futuro marido, un próspero granjero que se niega a llevar a casa el piano. Abandonado en la playa, el instrumento será rescatado por un vecino que establece un extraño pacto con Ada: él la dejará usar su piano a cambio de que ella se deje tocar. (FILMAFFINITY) [+]
27 de agosto de 2009
85 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunos de los magos de los cuentos llevan consigo un animal, alguna especie de criatura a la que llaman "familiar". El mago y el familiar tienen un vínculo carnal y animista: parte de la sangre y parte del alma del mago reside en el familiar y si cualquiera de ellos sufre un daño, el otro lo recibe de la misma manera.

En "El piano", la silenciosa protagonista lleva a su hija -parte de su sangre- y a su piano -parte de su alma- en un viaje imposible desde Inglaterra a Nueva Zelanda para encontrar a un marido desconocido con el que ha casado por poderes. El piano, el único lenguaje con el que ha elegido comunicarse con el exterior, acabará por yacer en la casa de un blanco semisalvaje integrado en la cultura maorí. A cambio de guardar el piano, ella le enseñará cómo tocarlo. Y cómo tocarla.

El familiar-alma, el piano, será la voz de Ada a lo largo de una historia de corazones oscuros en los confines de la tierra: el piano, además, es el símbolo de lo incontenible. En el espíritu manso y mudo de la mujer, se extiende un invisible cable que busca al piano para transmitir la tormenta y permitir que estalle con el lenguaje de la música. Es el piano quién llevará a Ada hasta el hombre de la selva: y su efigie, casi pagana, en la playa neozelandesa al atardecer emana de una profunda naturaleza de símbolo.

En el plano terrenal, Michael Nyman componía una mítica banda sonora; Jane Campion rodaba unas elegantísimas escenas eróticas; Holly Hunter y Harvey Keitel se revolcaban imperfectos, bellos y desnudos a escondidas de un Sam Neill llameante y de una Anna Paquin que nos devolvía a los mejores tiempos de los malos niños buenos. Y la fotografía extraía sombrías resonancias bröntianas de aquel paisaje mutante y maravilloso de la Tierra Media.

Un final algo alargado y tratar de explicar cosas que no precisaban de explicación salvó a "El piano" de ser una película impecable. Su A escarlata de "cine para mujeres" tampoco ayudó mucho a superar ciertos prejuicios a la hora de abordarla como como lo que es, es decir, el retrato de un universo obsesivamente femenino, que no de obsesivamente feminista. Pero es una película muy bella, hecha para acariciar ojos, mente y corazón y con un personaje fascinante al que se va entendiendo mejor con los años. Merece una oportunidad.
Neathara
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