Me sorprendió esta película muy gratamente. A caballo entre el documental y el cine, encuentra esa brecha para adentrar al espectador en el mundo del budismo, las tierras áridas del Tíbet y la cultura de un país dónde la religión es un pilar sagrado.

Con una dirección y una fotografía sobria, Yang ofrece el aroma del duro peregrinaje de unos aldeanos hacia la ciudad santa de Lhasa, capital del Tíbet. Los actores no profesionales, dan un toque todavía más humano a éste film que desde el primer momento te hace adentrar en este acto de fe, que muchos de los tibetanos realizan una vez en su vida para redimir sus pecados. Su no-guión, ayuda a dar la naturalidad necesaria para hacer de ésta película una oda a todos aquellos fervientes de la religión en el Tíbet, y nos ofrece un sitio para realizar éste viaje con ellos.