No creo alejarme demasiado al afirmar que estamos ante uno de los proyectos más caros y ambiciosos de la historia del cine de animación. El realizador de la mítica “Akira”, Katsuhiro Ôtomo ha creado con “Steamboy” una obra magnánima, épica y ambiciosa, muy ambiciosa, con un despliegue de medios brutal y un tiempo desorbitado en su realización.

Creo que uno de los mayores halagos que se le pueden achacar a este film es su gran sentido por la aventura, hasta desmesurada en ocasiones. Pero no únicamente es su única baza, pues la cinta esconde un ambiguo mensaje acerca del poder de la ciencia y como la ambición y la imprudencia del ser humano ejerce un mal uso sobre ella. Y todo esto a través de los ojos de un joven, cuya figura simboliza lo etéreo, lo inocente y humano, sin ningún entendimiento del porqué el ser humano ejerce todos sus conocimientos en materia de destrucción.

Cabe destacar el ritmo de la cinta, absolutamente trepidante, y es que uno puede llegar a acabar agotado después de la visión del film. Ya entrando en aspectos técnicos, el trabajo de animación es, sencillamente, sensacional, un regalo para la vista, con una ambientación de la Inglaterra victoriana absolutamente exquisita.

No obstante, “Steamboy” no está exenta de errores, de hecho, repite y cae en muchos de los que ya padecía el anterior trabajo de su realizador, “Akira”, pues su duración puede resultar un tanto excesiva para ciertos espectadores, al igual que la mastodóntica batalla final, que puede llegar a ser fatigosa.

Aún así, estamos ante una obra de increíble calidad, y lo más parecido a lo que una cinta de animación pueda encontrarse en la categoría de obra maestra, sin contar ciertos trabajos de Pixar. Lo genial de esta película es su ambiguo mensaje y la forma de transmitirlo. Es difícil no caer en las redes de este maravilloso espectáculo.