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Voto de lyncheano:
9
8,1
43.550
Drama
A finales del siglo XIX, el doctor Frederick Treves descubre en un circo a un hombre llamado John Merrick. Se trata de un ciudadano británico con la cabeza monstruosamente deformada, que vive en una situación de constante humillación y sufrimiento al ser exhibido diariamente como una atracción de feria. (FILMAFFINITY)
4 de febrero de 2009
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comenzamos a ver la película y nos encontramos con ese Lynch que tanto nos gusta y nos inquieta: la escena con los elefantes del inicio, ese rostro de mujer como de plástico, los aspavientos que realiza… pero hasta ahí se permite su sello de irrealidad y abstracción, pues se trata de una cinta que pretendía ser comercial, que de hecho fue nominada a varios Óscar, y que con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un clásico, en uno de los films más conmovedores que se hubieran hecho jamás. La historia de un joven grotescamente deformado por unos incontrolables tumores papilomatosos que crecen en su rostro y en su cuerpo por doquier, y que es utilizado como monstruo de barraca por un descorazonado y abominable amo, bien podría haber resultado una historia sensiblera con fines moralistas, pero en manos de Lynch se convierte en una obra maestra que nos produce tristeza, repugnancia, simpatía e inquietud a partes iguales. Anthony Hopkins representa magistralmente al prestigioso doctor que encuentra al hombre elefante y que lo rescata del malvado feriante para intentar ayudarle. Sin embargo, su relación con este no queda aquí, pues el personaje del doctor pronto empezará a plantearse los valores éticos de su rescate: aunque al principio sólo era mera curiosidad médica, con el tiempo, al ir desvelando paulatinamente las cualidades artísticas, sensibles y humanas de John Merrick, se fue encariñando con el chico y lo convertió muy a su pesar en otro monstruo de feria, a quien la sociedad atendía únicamente por curiosidad y puro morbo. Debido a ello, se llegará a plantear si realmente es una buena persona, si sus motivos eran nobles desde un principio, o si lo que pretendía en realidad era afrontar egoístamente uno de los mayores retos de su vida profesional. Por otro lado, tenemos a John Merrick (la fabulosa caracterización e interpretación que John Hurt hace de este personaje bien podría formar parte del manual de lo que se conoce por maquillaje e interpretación en el cine), que se muestra sobrecogido y profundamente agradecido con las personas que ya no le gritan ni se ríen de él. La ternura que nos inspira este personaje es un sentimiento que rara vez consigue igualar ninguna película romántica o dramática, y su realización como ser humano después de toda una vida de vejaciones supone al mismo tiempo una gran satisfacción para el público, que se siente más humano a su vez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Pero la parte trágica no tarda en volver a aparecer, como nos insiste a cada fotograma la opresiva fotografía en blanco y negro entre deshumanizados paisajes industrializados (de nuevo la industria, el humo, ese miedo cerval de Lynch a la creación y a la concepción), y un desaprensivo trabajador del hospital donde ahora vive John, provoca mediante sus ''visitas guiadas'' que ''el hombre elefante'' sea tratado de nuevo como una atracción y finalmente vuelva a caer secuestrado por su antiguo ''amo''. Las escenas de maltrato y de desprecio, cuando John cae desplomado por su naturaleza enferma y posteriormente acaba encerrado en la jaula de los mandriles, suponen un doloroso viaje iniciático para el personaje y para el propio espectador. Cuando es rescatado por sus deformes y grotescos colegas (ya nos encontramos aquí con los primeros personajes peculiares de David Lynch) y más tarde es llevado al hospital, creemos que por fin hemos purgado nuestras culpas y el pobre muchacho podrá vivir en paz durante el resto de su vida. Pero es en ese momento cuando Lynch nos pega con más fuerza justo donde nos duele, y acaba convirtiendo la historia en una bella fábula: tras ser ovacionado en el teatro, al que había sido invitado por una gran actriz (que a pesar de parecer la única persona que realmente aprecia su compañía, enamorada de su espíritu noble y romántico, este personaje ofrece otra lectura desde un prisma más pragmático y desapasionado, llevándonos a un concepto del mismo más egoísta y casi aún más malvado que el peor de los feriantes que trataron con él), John regresa a su cuarto y no para de agradecer a todos su amabilidad, pensando que toda esa felicidad es demasiado para alguien como él. Es aquí cuando la cinta no cede a un final feliz y se engrandece ofreciéndonos uno abierto a la especulación: quizá su mente maltratada pensó que esa sensación volvería a esfumarse, tal vez creía que volverían a llevárselo para reírse de él y maltratarlo, y por eso no quiso que ese momento y esa sensación acabasen nunca, por lo que decidió acabar su vida de aquella manera, siendo feliz, sintiéndose más humano de lo que jamás hubiera soñado ser. Y luego, al final, aparece esa mujer asegurándonos que nada muere, que después de todo, nadie muere...
Así, la segunda obra de Lynch, accesible esta vez para el gran público, pero inconfundiblemente lyncheana, nos deja constancia de la manera de crear cine del mejor director vivo que existe en la actualidad, cuyo tratamiento de cada uno de los detalles de sus películas hace de toda situación algo elevado y profundamente inquietante, presentando desde su primer fotograma los distintos e idiosincrásicos elementos que le convertirían en lo que hoy en día es: ¿o acaso ese oscuro agujero en la capucha del hombre elefante no es en realidad el mismo conducto que más tarde atravesaremos por la oreja amputada de Terciopelo Azul?... yo estoy seguro de que sí.
Así, la segunda obra de Lynch, accesible esta vez para el gran público, pero inconfundiblemente lyncheana, nos deja constancia de la manera de crear cine del mejor director vivo que existe en la actualidad, cuyo tratamiento de cada uno de los detalles de sus películas hace de toda situación algo elevado y profundamente inquietante, presentando desde su primer fotograma los distintos e idiosincrásicos elementos que le convertirían en lo que hoy en día es: ¿o acaso ese oscuro agujero en la capucha del hombre elefante no es en realidad el mismo conducto que más tarde atravesaremos por la oreja amputada de Terciopelo Azul?... yo estoy seguro de que sí.