No desvelaré ni el por qué del título, porque tiene su gracia descubrirlo y porque tampoco me parece lo más relevante de esta propuesta. Formalmente podría haberse establecido en otro contexto espacio temporal. Es lo de menos. Lo relevante es que este extraordinario guión, por bueno, por original, y hasta por raro, decide entretejer la historia con mimbres mucho más cotidianos que los que acostumbramos a ver.

Sí. ¡Oh sorpresa! Aquí tenemos una historia sin crímenes, ni un mal robo, ni un cadáver recién asesinadito, ni un chantaje, ni siquiera luchas sociales. Una historia coral sobre gente bien intencionada, políticamente correcta, que no expresan malos pensamientos, ni celos, ni envidias - ¡hasta el usurero intenta no hacer usura! -, pero que están profundamente construidos - tremendamente lejos de la noñería -, con sus miedos, sus traumas, sus depresiones, sus fantasmas, sus ídolos, sus motivaciones, sus sueños y sus obligaciones.

Son personajes carismáticos, que te interesa conocer más… No abordas el siguiente episodio porque la historia te haya atrapado y necesites descubrir quién ha podido hacer aquello o quién sospecha de quién, o quién será el culpable y quién el inocente. En Lodge 49 todos son maravillosamente inocentes. Abordo el siguiente capítulo porque quiero conocer más a cada uno de ellos. Porque ya los quiero lo suficiente como para no abandonarlos.

Como a mis amigos… Ya son parte de mis amigos.

¿Qué no cuento nada de la historia? Es verdad. Voy:

Esto va de uno que se siente solo, y sale a la calle, y cuando encuentra a alguien, le pregunta: “¿Me ajuntas? ¿Puedo jugar contigo?” Y le contestan que sí…

A lo peor ya no os acordáis, pero seguro que os ha pasado.