Tarantino combate el asentamiento de las huestes hitlerianas en Francia reclutando un grupo de cazadores de naizs semejantes a los que iban por el indio "malo" en los westerns (arrancan cabelleras para no dejar duda). Suena música de Tiomkin (El Álamo) en los títulos de crédito y más adelante se huele al Morricone trabajando con Leone; en el rescate de Stiglitz escuchamos ya claramente la banda sonora de la Batalla de Argel.

Después Tarantino ya es más él mismo, con humor contenido y controlado, diálogos ocurrentes, aunque se gusta tanto que alarga alguna secuencias hasta el límite, pero de repente suena Bowie y la cosa se anima en un ameno festival que no decae, con interpretaciones, en todo momento, magistrales.

Este ajuste de cuentas al nazismo del niño travieso que siempre será nuestro amigo Quentin supone un alivio parcial en su carrera, pero si la historia es la que es, ¿por qué falsearla? parece que le sigue importando más el divertimento que trabajarse a fondo un proyecto. Sigamos esperando.