Stroheim fue una bestia apaleada durante el cine mudo, con sus excesos, ampulosidad, rebeldía y esa magalomanía que productores como Irving Thalberg cortaron por lo sano más de una vez, adelgazando sin miramientos sus extensos trabajos hasta reducirlos a un metraje convencional.

Éste fue uno de esos casos y, finalmente mutilada y dividida en dos partes, sólo llegó a las salas de Estados Unidos la primera de ellas, quedando The honeymoon para el mercado europeo y de la que lamentablemente no ha sobrevivido copia alguna.

En 1928 el sonoro ya empezaba a ser imprescindible para ganarse al gran público, así el hecho de ser una producción muda hizo que el lastre de The wedding march fuera insalvable para garantizar la continuidad de Stroheim (la posterior Queen Kelly tuvo aún mayores problemas por su añadida osadía argumental), pero para quien no conoce a este autor es una obra muy representativa: apasionada, con hombres de uniforme, mujeres mancilladas, erotismo, crueldad y perversión, pero embriagadora y claro exponente de su desmesurada genialidad.