Media votos
6,2
Votos
1.565
Críticas
176
Listas
1
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Jinete nocturno:
7
10 de marzo de 2010
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los genios nunca se les puede dar por acabados, ni tras amortajarlos. Cuando ya daba por seguro que Argento estaba espiritualmente muerto y que no le quedaba nada que ofrecer salvo bochornosa mediocridad y gore casposo, de repente, a traición, vuelve a la vida desde su sepulcro para regalarnos una “póstuma” muestra de su mejor Cine.
Ante todo, y para evitar malos entendidos, seré claro: el siete que le pongo seguramente es excesivo y no se comparece con la verdadera calidad de la película. No es, ni lo pretende, una nota objetiva, sino puramente subjetiva; consecuencia del cúmulo de buenas sensaciones causadas por el primer visionado; de un regusto agradable cuyo origen, completamente inefable, quizás no tenga nada que ver con lo cinematográfico.
Y es que el guión bascula entre lo surrealista y lo directamente absurdo, y las actuaciones, salvo la de Asia –correcta a secas-, son ridículas e indignas de verdaderos actores. Así que ya puedes imaginarte lo lejos que, al menos a primera vista, está la película de ser “buena” en un sentido ortodoxo… Y sin embargo, de algún modo, aquí, por primera vez en muchos años, hay algo de su vieja magia; genuina frescura. Una magia que deriva en parte precisamente eso: de la total absurdez argumental, de su regusto onírico e irreal. Y es que jamás Argento ha estado tan extrañamente cercano al universo simbólico de un David Lynch.
Porque aquí, como es propio del mejor Argento, lo único relevante es la forma; el poder hipnótico de unas imágenes que se cuentan entre las más bellas y perturbadoras de su filmografía: algunas de un erotismo insano y fascinante, en las que Tánatos y Eros se abrazan hasta fundirse; otras preciosistas y repletas de guiños compositivos a las obras cumbre de artistas como El Bosco, Caravaggio o Magritte. Un Argento, y eso es lo que más agradezco, valiente e inédito, muy diferente en forma y fondo al de Suspiria, casi irreconocible. Que rezuma un algo que le hace parecer más un veinteañero lleno de talento y de ganas, que un sesentón resabiado y pagado de sí mismo – ¿no será que tras este “El Síndrome de Stendhal” se esconde en parte la mano de Asia? -. Por si fuera poco, este nuevo Argento en su segunda juventud se permite el juego cinéfilo de convertir esta película en un evidente homenaje a Hitchcock llenándola de reminiscencias que retrotraen, además de a “Psicosis”, lo que resulta obvio, a la atmosfera fantasmagórica y obsesiva de “Vértigo” –solo hay que fijarse en la banda sonora de Morricone, que es la “hermanita pequeña” de la que compusiera Hermann, y en el personaje de Anna, fascinante imagen especular (en un sentido literal) del que interpretase Kim Novak, desmayo y chapuzón incluidos -.
En definitiva, sí; a mí, sin convencerme, me ha satisfecho. Sus dos horas de metraje me han colmado de agradables sensaciones y me han dado un buen chute de aquello que andaba buscando. No le pidas a un yonqui que sea objetivo…
Ante todo, y para evitar malos entendidos, seré claro: el siete que le pongo seguramente es excesivo y no se comparece con la verdadera calidad de la película. No es, ni lo pretende, una nota objetiva, sino puramente subjetiva; consecuencia del cúmulo de buenas sensaciones causadas por el primer visionado; de un regusto agradable cuyo origen, completamente inefable, quizás no tenga nada que ver con lo cinematográfico.
Y es que el guión bascula entre lo surrealista y lo directamente absurdo, y las actuaciones, salvo la de Asia –correcta a secas-, son ridículas e indignas de verdaderos actores. Así que ya puedes imaginarte lo lejos que, al menos a primera vista, está la película de ser “buena” en un sentido ortodoxo… Y sin embargo, de algún modo, aquí, por primera vez en muchos años, hay algo de su vieja magia; genuina frescura. Una magia que deriva en parte precisamente eso: de la total absurdez argumental, de su regusto onírico e irreal. Y es que jamás Argento ha estado tan extrañamente cercano al universo simbólico de un David Lynch.
Porque aquí, como es propio del mejor Argento, lo único relevante es la forma; el poder hipnótico de unas imágenes que se cuentan entre las más bellas y perturbadoras de su filmografía: algunas de un erotismo insano y fascinante, en las que Tánatos y Eros se abrazan hasta fundirse; otras preciosistas y repletas de guiños compositivos a las obras cumbre de artistas como El Bosco, Caravaggio o Magritte. Un Argento, y eso es lo que más agradezco, valiente e inédito, muy diferente en forma y fondo al de Suspiria, casi irreconocible. Que rezuma un algo que le hace parecer más un veinteañero lleno de talento y de ganas, que un sesentón resabiado y pagado de sí mismo – ¿no será que tras este “El Síndrome de Stendhal” se esconde en parte la mano de Asia? -. Por si fuera poco, este nuevo Argento en su segunda juventud se permite el juego cinéfilo de convertir esta película en un evidente homenaje a Hitchcock llenándola de reminiscencias que retrotraen, además de a “Psicosis”, lo que resulta obvio, a la atmosfera fantasmagórica y obsesiva de “Vértigo” –solo hay que fijarse en la banda sonora de Morricone, que es la “hermanita pequeña” de la que compusiera Hermann, y en el personaje de Anna, fascinante imagen especular (en un sentido literal) del que interpretase Kim Novak, desmayo y chapuzón incluidos -.
En definitiva, sí; a mí, sin convencerme, me ha satisfecho. Sus dos horas de metraje me han colmado de agradables sensaciones y me han dado un buen chute de aquello que andaba buscando. No le pidas a un yonqui que sea objetivo…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Prueba de que quizás –sólo quizás-, bajo ese aspecto improvisado, se esconde uno de los guiones más pensados de Argento –simplemente lo dejo caer - son ciertos detalles nada improvisados, como la omnipresencia de la dichosa bola de cristal con el David, que, además de recordarnos inmediatamente a Ciudadano Kane (otro detalle cinéfilo), nos hace plantearnos si realmente ha existido el tal asesino o si todo es fruto de su enfermiza mente de Anna o, en el mismo sentido, detalles como el “sospechoso” parecido del supuesto asesino con el padre de Anna y que éste, al mejor estilo de Houdini, aparezca siempre “de la nada” y sea capaz de matar con toda facilidad a los escoltas, que parecen haber sido atacados por justo quien menos esperaban…
Otro detalle de calidad, que me ha gustado mucho por su sutileza, es la fugaz imagen, casi imperceptible, del bolso de Anna abierto cuando ésta se desmaya: Cuando más tarde el misterioso hombre rubio se lo devuelve, ésta, que sufre amnesia, lo revisa. Y todo parece estar en orden… pero percibimos que algo no anda bien… Resulta que durante ese escaso cuarto de segundo que ha durado la imagen hemos podido ver, aunque quizás no hayamos sido ni conscientes, una pistola dentro que ahora, por supuesto, no está…
Muy a destacar son también el asesinato de Marie y la imagen de su cadáver entre las enormes bustos del museo, una de las más potentes y bellas que ha rodado Argento jamás -además de un descarado homenaje a la pintura de Magritte-, y la imagen tenebrista de los ojos de Asia iluminados por un rectángulo de luz y rodeados de penumbra hacia el final de la película, que resulta poderosísima.
Hay muchas cosas más, mucho más contenido para aquellos que lo quieran buscar. Y sospecho que de la mayoria no me percataré nunca...
Otro detalle de calidad, que me ha gustado mucho por su sutileza, es la fugaz imagen, casi imperceptible, del bolso de Anna abierto cuando ésta se desmaya: Cuando más tarde el misterioso hombre rubio se lo devuelve, ésta, que sufre amnesia, lo revisa. Y todo parece estar en orden… pero percibimos que algo no anda bien… Resulta que durante ese escaso cuarto de segundo que ha durado la imagen hemos podido ver, aunque quizás no hayamos sido ni conscientes, una pistola dentro que ahora, por supuesto, no está…
Muy a destacar son también el asesinato de Marie y la imagen de su cadáver entre las enormes bustos del museo, una de las más potentes y bellas que ha rodado Argento jamás -además de un descarado homenaje a la pintura de Magritte-, y la imagen tenebrista de los ojos de Asia iluminados por un rectángulo de luz y rodeados de penumbra hacia el final de la película, que resulta poderosísima.
Hay muchas cosas más, mucho más contenido para aquellos que lo quieran buscar. Y sospecho que de la mayoria no me percataré nunca...