En su tercer largometraje, el realizador brasilero Gustavo Pizzi escribe junto a actriz y expareja Karine Teles, una película que es un muy logrado retrato de una familia típica, una obra personal que irradia naturalidad y frescura.

Irene (Teles) es la madre de una peculiar familia que debe remar todo el día para mantenerlos a flote, su marido Klaus (Otávio Müller) es un tipo bonachón que ve como su negocio, una librería escolar, ya no da para más, su hijo mayor es el portero del equipo de handball del barrio, el que le sigue toca todo el día la tuba, y los dos más pequeños son un par de incorregibles gemelos que llenan la casa del inacabable ruido.

Además, con ellos vive la hermana de Irene, Sonia (Adriana Esteves, la inolvidable villana de Avenida Brasil) y su pequeño hijo, quienes huyen de la violencia doméstica, todos viven en una casa que literalmente, se cae a pedazos, mientras que la nueva casa de la familia continua en obra negra, por lo que Irene debe decidir si venden la casa donde veranean para terminarla, pero todo se agita mas ante el anuncio del hijo mayor, quien ha sido reclutado por un equipo profesional de Alemania y deberá viajar para jugar profesionalmente y seguir con sus estudios.

La película muestra a una familia que debe enfrentarse a diferentes situaciones adversas, pero siempre en un ambiente de unión motivado por la figura de Irene, en un relato que no cae en tremendismos ni excesos como suele suceder en el melodrama latinoamericano.

Por el contrario, el relato siempre mantiene un tono esperanzador y cargado de optimismo, mostrando los momentos difíciles de la familia, pero también aquellos momentos donde se los ve felices y en convivencia, algunos llegan a ser en verdad emotivos.

Todo está filmado de manera tal que el relato se percibe de una naturalidad genuina, en una película que brinda una mirada amable en la que logra regalar un retrato familiar conmovedor y lleno de esperanza.

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