La figura del pintor Vincent Van Gogh ha sido retratada de manera recurrente por el cine y de variadas formas, desde muy académicos documentales, pasando por las versiones de directores tales como Vincente Minelli, Maurice Pialat o Robert Altman, hasta la reciente y celebrada película animada ‘Loving Vincent’. Hoy nos encontramos con la versión del también pintor Julian Schnabel.

Esta película se centra en el periodo a partir de 1886, cuando Van Gogh (Willem Dafoe), cansado de pintar lo mismo, decide ir a descubrir otra luz que le permita plasmar nuevas posibilidades y un encuentro más puntual con la naturaleza, llegando para ello al sureste francés.

En esta época consiguió hacer la mayoría de su más famosa obra, pero fue también una época intensa en la que coincidió con su amigo Paul Gauguin (Oscar Isaac), dando inicio a una rica y muy compleja etapa.

Schnabel da forma a una película ambiciosa que busca plasmar la intensidad de Van Gogh al crear, para ello lo muestra en infinidad de ocasiones pintando, en su particular relación con la naturaleza y lo hace abusando de la subjetividad y haciendo uso de un desenfoque en la parte baja de la imagen y con una cámara inquieta que busca transmitir las sensaciones de Vincent en sus momentos creativos, un recursos ya utilizado por él en filmes anteriores y que remite por momentos a ‘The Tree of Life’ de Malick.

Pero son los momentos más íntimos en los que Vincent interactúa con su hermano Theo (Rupert Friend) o la intensa conversación en la escena que comparte con Mads Mikkelsen los momentos mejor logrados de esta película.

Schnabel se acerca a una figura compleja, intentando internarse en la mente de un artista único sin conseguirlo del todo, en una película cuyo vuelo poético no logra alcanzar la altura de la enorme actuación de un Willem Dafoe a plenitud, quien se ubica muy por encima con otra interpretación inolvidable.

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