Las producciones Disney cumplen siempre unos mínimos que hacen de sus películas productos muy dignos, con sus defectos y aciertos; Hannah Montana no es una excepción. Acudí a su proyección sin apenas haber visto capítulos de la famosa serie; sabía lo básico de la historia por transmisión filial, por la presencia ambiental y casi dictatorial que impone en un hogar con adolescentes el canal televisivo de la Disney.

No me arrepiento de haberla visto. Lejos de encontrarme una película aburrida e insulsa tengo que escribir que he pasado un rato entretenido y agradable. El film está lleno de tópicos y situaciones manidas; se basa en esa doble personalidad de artista y de persona normal de su protagonista, hay enamoramientos, riñas y reconciliaciones familiares etc…; pero pensemos que si el cine es un arte o industria esencialmente norteamericano, lo es por su habilidad de contarnos historias en imágenes que se mueven ante nuestro ojos de una manera natural y fluida, ofreciéndonos como si fuera la primera vez situaciones ya muchas veces tratadas.

No va en lo que digo que estamos ante un largometraje notable, ni mucho menos, pero sí que es en él apreciable la voluntad de mantener una sonrisa en la comisura de nuestros labios; de no tratarnos como idiotas con argumentos de mal gusto tantas veces vistos en otras películas de adolescentes; la de sumergirnos en la América profunda, olvidando por un momento la Americana californiana o neoyorkina; y de ofrecernos una serie de canciones en boca de su protagonista por partida doble, Miley Cyrius, de una variedad y calidad que francamente no esperaba.