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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
5
Drama Inspirada en la obra homónima del periodista y escritor Emilio Romero. Poco antes de la guerra Civil Española (1936-1939), un grupo de amigos falangistas sueñan con una revolución que transforme España y se dedican a difundir sus ideas entre la población. Al estallar la guerra, uno de ellos, López (Marsillach), está a punto de morir fusilado, pero salva la vida gracias a un republicano. A continuación, se une al bando nacional. Al ... [+]
6 de noviembre de 2012
31 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué alivio, menudo descanso me ha quedado. Convencido como estaba de que nunca lograría saber los motivos de la guerra civil española, ni por qué acabó ganándola Franco ni cómo se lo montó Ese Hombre para gobernar durante casi cuatro décadas España sin que apenas nadie le chistara, y he aquí que esta película, cortesía del TDT Party, ha venido a abrirme por fin los ojos. Sí, mis descarriadillos amigos, tirad vuestros inútiles y tendenciosos estudios históricos, que aquí está la edificante historia de López, uno de esos héroes anónimos que restituyeron a una nación en ruinas el antiguo brillo de su esplendor imperial, para devolveros a la senda perdida de la españolidad.

López, se nos dice, quiere una nación unida, una justicia social y una patria libre. Tan alta nobleza de ideales no puede conducirle, claro, sino a la Falange. Con reparos, eso sí: al pobre no acaba de gustarle lo de arrojar octavillas a los rojos y salir por piernas de sus tiros. Por suerte, un par de estos tiros matan a uno de sus nobles y utópicos camaradas y toda duda queda disipada. Una ermita en llamas, por cierto, ayuda lo suyo. De modo que el bueno de López, en julio del 36, coge su fusil y corre a repartir paz, libertad y justicia social.

Y entonces es cuando queda claro que los republicanos no podrán ganar la guerra ni hartos de vino. Ni fusilar como Dios manda saben los tíos. Se apiñan en manadas de veinte, derrochando alegremente munición para apiolar a un tío con las manos metidas en los bolsillos. Son un hatajo de embrutecidos zopencos que se dejan engañar como pipiolillos. Se van tan panchos al monte y dejan a falangistas heridos en sus casas para que vayan conociendo bíblicamente a sus mujeres. ¿Cómo van a ganar la guerra? La pasta que se hubieran ahorrado Hitler y Mussolini de haberlo sabido. Lo raro es que aguantaran tres años.

Después de la guerra, al pobre López, lejos de descansar, se la acumula el trabajo. Ni echarse un ratito en el sofá puede el hombre. No sólo tiene un niño por año, sino que participa en manifestaciones contra la ONU (“Ellos tienen U.N.O., nosotros tenemos dos”), con la mayoría silenciosa cómodamente instalada en el cementerio, y, por si fuera poco, desmantela, casi solito, a una banda de maquis asturianos, liderados por un gañán con bigote de millonario mexicano, trajeado como un empresario del ladrillo, putero y juerguista. Mala gente, no hace falta decirlo: cuando se aburren, van y matan un cura. Ayuda, eso sí, que su servicio de información sea el de la Señorita Pepis, pero ni eso ni que López parezca un espía de chiste de Forges quitan un ápice de mérito a su noble y arriesgada tarea.

He aquí, en suma, la historia de un capullo. No es, sin embargo, una historia cualquiera. Capullos como López los hubo a puñados, a millones. Capullos callados y obedientes que nunca levantaron la mirada del suelo y que creyeron que la paz consistía en matar perros para que no hubiera rabia. Mis padres y mis abuelos, sin ir más lejos. Y los vuestros.
Normelvis Bates
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