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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
6
Cine negro. Thriller. Drama Una diseñadora de modas de Beverly Hills presencia desde el patio de su casa cómo un hombre estrangula a una mujer. Acude a la policía, pero no parece haber indicios de que se haya cometido un crimen... (FILMAFFINITY)
17 de septiembre de 2013
19 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuenta una de las tantas leyendas apócrifas que circulan por el mundo del rock que a Jimi Hendrix le preguntaron un día qué se sentía al ser el mejor guitarrista del mundo. “No lo sé”, habría contestado al parecer Hendrix. “Eso deberías preguntárselo a Rory Gallagher”. Sea cierta o falsa la anécdota, la verdad es que, en 1972, Rory fue elegido el mejor guitarrista del mundo por los lectores de la revista “Melody Maker”, por delante de músicos de la talla de Jimmy Page, Eric Clapton o Pete Townshend. En el décimo y último lugar de esa lista figuraba Ritchie Blackmore, al frente todavía, por aquel entonces, de Deep Purple.

A pesar de su bien ganada fama de borde y ególatra, Blackmore no sólo no se tomó mal el resultado de la votación, sino que, a lo largo de los siguientes años, no dejó de deshacerse en elogios hacia Rory, con quien compartió escenario no pocas veces y al que llegó a llamar “el artista definitivo”. Y eso sí, seguro, no es una leyenda: ahí está, escrito en letras de imprenta, para quien quiera o sepa leerlo.

Ritchie Blackmore es, también, uno de los muchos nombres de guerra usados en el pasado por cierto usuario de FA (*), reiteradamente expulsado de aquí por, entre otras cosas, fusilar desde múltiples cuentas las críticas ajenas e hinchar los votos positivos de sus misérrimos teletipos de cinco líneas, insultar y amenazar a otros usuarios a través de críticas o mensajes, o copiar textos de carátulas de DVD y páginas web y hacerlas pasar por propios. Cuando esto ocurre, tiene uno que avisar para que desraticen y desinfecten el lugar. A veces es lento y enojoso, pero, al final, el agua acaba siempre cayendo cañerías abajo, arrastrando a esta sabandija de regreso a las cloacas. Al menos, durante un rato.

El plasta ha vuelto, sí, y con él sus grumosos anacolutos, sus provocaciones de parvulario, su deplorable ortografía, sus machaconas peroratas hediondas de pacharán. Qué le vamos a hacer. Así como Blackmore lleva años y años perdido en el país de los Pitufos, así vive nuestro hombre, atrapado en un extraño mundo en que una fruslería como ”El único testigo”, que en un mundo normal no sería sino un simpático pero estereotipado y plano producto de serie B, repleto de situaciones inverosímiles y rodado sin ningún tipo de distinción, es elevada a la categoría de obra maestra absoluta. Será por esos polis que entran en la casas sin orden de registro y se llevan máquinas de escribir por la jeta. O que en un visto y no visto le meten a uno a empellones en un frenopático. Que vayan tomando nota, en todo caso, los capos de FA: si hicieran como esos maderos, qué rápido se acababa el problema.

En fin, a diferencia del farsante que usurpó su nombre, el auténtico Ritchie Blackmore sabía quién era el mejor guitarrista de todos los tiempos. Y a no ser que os llaméis Ana y os apellidéis Botella, todos podéis saber qué nombre gasta ahora el pichoncito que se muere por mis huesos y que nunca, nunca, nunca acepta un no por respuesta (**).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Normelvis Bates
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