Haz click aquí para copiar la URL
Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
7
Comedia Una serie de entrevistas, con quienes lo conocieron, nos introduce en la vida del incompetente atracador Virgil Starkwell, que desde el principio estuvo abocado a la delincuencia: durante su infancia vivió sometido y humillado por los chicos más fuertes, y cuando descubrió que su carrera musical no tenía futuro, a Virgil no le quedó más remedio que robar, pero su escaso talento pronto lo conduciría a la cárcel. (FILMAFFINITY)
8 de noviembre de 2009
46 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le pusieron de nombre Virgil y de sexo, varón. Fue criado sin amor y creció entre golfos. Se refugió en la música, pero se topó con la incomprensión de su profesor de violoncelo y de sus compañeros de banda. Dejó la escuela, entró en una pandilla juvenil e intentó robar un furgón blindado. Fue encarcelado. Salió en libertad provisional y encontró el amor de una mujer, pero las circunstancias le obligaron a delinquir para ser un hombre honrado. Volvió a la cárcel. Tras varios intentos frustrados de fuga, logró huir de la prisión. Virgil sería, a partir de entonces, uno de los criminales más buscados y peligrosos de los Estados Unidos de América.

Montado como un falso documental (técnica que retomaría después en “Zelig”) en la que padres astutamente disfrazados, profesores, ex-convictos o agentes del FBI desgranan sus recuerdos del temible bandido Virgil Starkwell, el debut de Woody Allen tras las cámaras es una parodia de los dramas criminales, que, pese a tratarse de una obra de aprendizaje, muestra ya algunas de las que serán las constantes de su cine. Ahí están el psiquiatra, la opresiva y cargante familia, el rabino, los paseos por Central Park o la música ragtime. Sólo faltan, de hecho, los austeros títulos de crédito en blanco y negro para hablar de una clásica película de Woody Allen.

El comienzo de la peli es potentísimo, impropio de un director novel. Los chistes funcionan, las frases y situaciones echan chispas, el ritmo es ágil. Los primeros veinte minutos pasan volando. Cuando aparece la chica (una adorable Janet Margolin), el ritmo, de pronto, decae y se ralentiza y, por desgracia, ya no vuelve a recuperarse. A partir de aquí, la peli se convierte en una irregular sucesión de gags, algunos de ellos realmente afortunados (la reata de presos encadenados) y otros demasiado obvios o que se estiran demasiado (el atraco al banco frustrado por la mala caligrafía de Virgil). La peli es traviesa y vivaz, pero las costuras del guión están mal cosidas y se echa en falta un hilo conductor más sólido y que dé más de sí. La consecuencia es que la eficacia acaba quedando en manos de la vis cómica de Allen, que unas veces basta y otras no.

Como ocurre con todas sus películas hasta “Annie Hall”, el humor aún se sustenta más en las situaciones absurdas en las que se mete el patoso y enternecedor personaje de Allen (el desfile, la partida de billar, los atracos, la máquina plegadora) y que remite al “slapstick” y a los clásicos de Chaplin, Keaton o Lloyd, que en el humor verbal o en las alusiones cultas, la clase de intelectualismos que, con razón o no, tanto molestan a sus detractores. Aquí no hay amores contrariados ni dilemas morales, sólo ganas de hacer reír. Es precisamente esa falta de pretensiones lo que sigue haciéndola, pasados tanto años, tan simpática y entrañable, lo que consigue, por muchas veces que la haya visto, arrancarme muchas risas y más de una carcajada. Y tal como está el mundo, amigos, eso es sencillamente impagable.
Normelvis Bates
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow