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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Western. Acción En 1840, en la Península de Florida, el capitán Quincy Wyatt (Gary Cooper), un intrépido explorador del ejército, sigue la pista a unos contrabandistas de armas que están vendiendo rifles a los renegados indios seminolas. (FILMAFFINITY)
16 de enero de 2010
43 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
“¿Qué pasó con Gary Cooper?”, se preguntaba una y otra vez, desconsolado, Tony Soprano. El tipo fuerte y silencioso, el héroe imperturbable que dejaba a un lado sus sentimientos y hacía lo que debía cuando era necesario hacerlo, sin lloriqueos ni victimismos. El auténtico héroe americano.

Viendo su primera aparición en esta peli, no resulta nada extraña esa devoción: Cooper irrumpe de pronto en la pantalla, sonriente e invulnerable, alzando su rifle a modo de saludo, su imponente silueta recortada contra el cielo, de espaldas al mar, cargado de caza con la que alimenta a las dos águilas que le sirven de mascotas. Casi se diría que anda sobre las aguas. Y eso no es más que un pequeño anticipo de lo que vendrá después: Cooper capitaneará la toma y voladura de una fortaleza, conducirá a un puñado de valientes en una caminata a lo largo de 150 millas a través de los pantanos de Florida, matará serpientes y protegerá a las damas de los caimanes, pescará, construirá piraguas, tragará saliva estoicamente cuando crea muerto a su hijo, desafiará a un combate a cuchillo bajo el agua al jefe semínola Oscala y conquistará el amor de la bella Mari Aldon. Y, por si fuera poco, encontrará tiempo para afeitarse a pelo con su cuchillo en plenos Everglades. Quién no se sentiría a salvo bajo su mando, quién no caería rendido a sus pies.

Pero “Tambores lejanos” no se lo debe todo sólo a Gary Cooper, sino que confluyen en él los talentos de varios pesos pesados del cine estadounidense de aquella época. El de Max Steiner, sin ir más lejos, cuya poderosa música subraya sabiamente y sin estridencias el tono épico de la aventura del capitán Wyatt. O el de Raoul Walsh, que rueda con su vigor habitual y su zorruno sentido del espectáculo un entretenidísimo y sólido western tintado de epopeya en clave norteamericana, cuyo argumento guarda no poca relación con la también estupenda “Paso al noroeste”, de King Vidor, dedicada, como ésta, a enaltecer la nobleza de un hombre de acción consagrado a engrandecer la gloria de su nación en una época en la que los Estados Unidos no ordenaban y mandaban en todo el continente americano sino se abrían a paso a codazos en pos de su control entre indios y potencias europeas.

Como en el caso de la peli de Vidor, y a pesar del carácter sosegado y enemigo de inútiles venganzas de Wyatt, siempre habrá papanatas, por descontado, que dirán pestes de esta peli y la tacharán de etnocentrista, machista, imperialista, antiecologista y quién sabe cuántos “istas” más. Peor para ellos. Que las lágrimas de esos quejicas no nos priven al resto de disfrutar sin complejos de un emocionante y añejo espectáculo que despide el inconfundible y embriagador aroma de aquellas interminables tardes de sábado pasadas frente al televisor en las que aprendimos a disfrutar del cine. Qué días aquellos, ¿los recordáis?
Normelvis Bates
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