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España España · Valencia
Voto de infausta:
10
Drama Un hombre que duerme narra la peripecia de un estudiante que decide no levantarse de la cama el día de sus exámenes de Sociología, abandonar sus estudios, romper toda relación con amigos y parientes, y recluirse en sí mismo. Más tarde se dedicará a deambular incansable por París, a ir al cine, a leer los titulares de los periódicos, pero como lo haría un sonámbulo. Para el estudiante todo forma parte de una vaga estrategia encaminada a ... [+]
14 de febrero de 2013
24 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Un homme qui dort” es un chico que se rebela contra lo que se supone que tiene que hacer. Yo, personalmente, no creo que esté reflejando un día en el que cambia y decide ser de otra forma y no seguir yendo a clases, etc. Creo que relata lo que hace siempre, sus divagaciones y conflictos son de mucho atrás. Este chico tiene ansias de infinito, de trascender. Por eso la voz en off que relata su pensamiento no para, es una voz que relata la soledad, pero que por lo general es dulce (en el sentido de la melancolía). Hay un poco de spleen... pero se intercala con otros sentimientos como en una sinfonía. El chico empieza y acaba en su cuarto las noches, sale a la calle, pasea, devora su soledad.

El episodio que más me gusta es cuando se sienta en frente de un señor mayor. Cómo batallan en sus bancos. Se da por vencido y se da cuenta que no puede estar tan inmóvil como el señor ahí al frente. El joven, al fin y al cabo, es un jovenzuelo. Pero el estatismo, quietud y mansedumbre de su oponente es tal, que cualquiera que experimente la desazón del paso del tiempo o la irreversibilidad sabrá empatizar con este cuadro.

No todo es una soledad hermosa en este film. Aparece la rabia, la música que rasga y la voz en off que se enciende cuando se habla de los 'otros' como monstruos. Recuerda a la “Tierra Baldía” de Eliot, por lo menos a mí me lo recordó, aquello de “Ciudad Irreal, bajo la parda niebla de una madrugada de invierno un caudal de gentes vi pasar y siendo tantos, nunca pensé que la muerte llevara a tantos”. Así es como se describe a la humanidad. Unos monstruos, unos entes de carcasa. El protagonista sufre y lo quiere ver todo derruido, que todo se purifique. Como en la canción de Tool: “Aenima” cuando pide que un maremoto acabe con todo. Y así acaba la película. En medio de una ciudad devastada. Perec puede ser un posmoderno, pero en la sensibilidad es de los míos, de los de fines del XIX-comienzos del XX.

En “Un homme qui dort”, la película, no vemos el episodio cuando el protagonista se va al campo y vive unos días en casa de sus padres. Ahí, en el campo, hace largas caminatas:
“Tu te promènes encore parfois. Tu refais les mêmes chemins. Tu traverses des champs labourés qui laissent à tes chaussures montantes d'épaisses semelles de glaise. Tu t'embourbes dans les frondrières des sentiers. Le ciel est gris. Des nappes de brume masquent les paysages. De la fumée monte de quelques cheminées. Tu as froid malgré ta vareuse doublée, tes chaussures, tes gants, tu essayes maladroitement d'allumer une cigarette.
Tu fais des promenades plus lointaines qui te mènent vers d'autres villages, à travers les champs et les bois.” (“Un homme qui dort", pag 46).

Estaba leyendo el libro para encontrar si había alguna diferencia de percepción desde mi parte hacia la historia que escribe Perec con respecto a la película y concluí algo que ahora mismo no me acuerdo. Además, me fijé más en un rasgo del protagonista: él es un chico de veinticinco años que al comienzo de ese ritual de encerramiento teme por la visita de sus amigos. Por tanto, era un chico hasta cierto punto popular que puede ser visitado en sus momentos de aislamiento. A mi creo que no me visitaría tanta gente; mucho menos veo a los personajes de Beckett siendo visitados por amigos. El joven de Perec al comienzo sí que piensa en sus compañeros y en que irán a buscarlo, en el ruido que hacen al marcharse cuando él no les abre la puerta y en que ya no irá al café para encontrarse con nadie. La rata en el laberinto de Dédalo, continuamente se dice de sí mismo.

Al leer el libro subrayo como mensaje principal la inutilidad de la indiferencia. El hacer o no hacer algo no cambia nada. Una conclusión que acerca a Beckett. La diferencia es que en el personaje de Perec aún sigue insistiendo con ciertos movimientos de aquí para allá, movimientos automáticos como con el 'billard électrique' (la maquinita como instrumento erótico) y lúdicos, creando juegos para solitarios con cartas, entretenimientos para matar el tiempo. En Beckett ya ni se intenta el movimiento. El fotograma que he puesto de la cama de la habitación en la otra entrada, por eso, para mi es mucho más beckettiano: “Just to wait until there is nothing left to wait for”. Eso sí, la espera. Pero el siguiente paso es la inactividad. Si este personaje, el de “Un homme qui dort” tuviera secuela, sería interesante ver cómo se da el paso hasta llegar a convertirlo en un muñón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
infausta
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