En 1988 comenzó una miniclásico del género de terror con al menos seis entregas, la última, justo el año pasado. Claro que lo de "mini" no sólo viene por el reducido tamaño del monstruoso protagonista sino porque, pese a su continuidad en el tiempo, no está a la altura de los grandes clásicos, una "Pesadilla en Elm Street" o "Viernes 13". Recordad sus impactantes presentaciones en 1984 y 1980 respectivamente, más alguna que otra secuela de nivel, y luego ved a este Chucky. Hay una notable diferencia pese a que Tom Holland saca petróleo de esta peregrina idea, digna de la mente de un reputado friqui.

La verdad, miedo, es imposible que produzca este muñeco, por más que sea feo o esté poseído por el alma de un diabólico asesino. Eso sí, el sufrimiento del niño nos mantiene en vilo. Es más, entre la correcta trama detectivesca, algún que otro giro (las pilas en la caja) y las fugaces apariciones de Chucky, acaba resultando un thriller moderadamente tenso que se ve de un tirón, entre otras cosas, porque es corta. A destacar también los efectos especiales, artesanales pero bien confeccionados. Por ejemplo, el muñeco, que te sorprende. Al final, invita más a la sonrisa que al susto pero tiene cierto encanto añejo.