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Voto de Reaccionario:
7
Drama Martín, hijo de un caballero español y de una mulata panameña, nace en Lima en 1579. Con su padre, ya gobernador de Guayaquil, y un futuro prometedor a su alcance, decide entrar en el convento de Santo Domingo. Allí se convierte en 'Fray Escoba', apodo que recibe por su obsesión de barrer y barrer sin descanso, mientras ríe feliz. Pasan los años y, con asombro, Martín descubre como Dios se vale de él para hacer milagros mientras su fama ... [+]
4 de octubre de 2014
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En pleno nacional-catolicismo, y no lo digo como crítica sino como definición bastante acertada de lo que era la ideología del régimen, aparece la que es uno de los dramas religiosos más completos, benévolos y sensibles que recuerdo. "Fray Escoba" es la biografía, no demasiado fiel, todo hay que decirlo, de San Martín de Porres (René Muñoz), el que fue el primer santo negro de América y desde luego, uno de los más populares. La película, dentro de su sencillez argumental, pues se limita a ir recogiendo anécdotas del personaje, te atrapada desde el primer momento, que es cuando aparece el gatito a modo del León de la Metro hasta la palabra FIN, posiblemente porque refleja desde el sentimiento católico-dogmático, la caridad, entrega y humildad de un verdadero santo, dando por buena la visión teísta, incluso milagrera, sin recurrir a añagazas o a esconder la fe como pasa con otros intentos historicistas actuales.

Evidentemente la película puede ser criticada desde varios aspectos, desde los más pequeños, ¿habéis visto que el único fraile que envejece es el protagonista? El tal Fray Barragán (Juan Calvo) está igual, por no hablar de la hermana; hasta los más profundos. A fin de cuentas lo que vemos es una hagiografía, una leyenda áurea, que, o bien deja de lado los grandes problemas metafísicos y morales, o da una respuesta demasiado fácil. Sin embargo, la humildad de la que hace gala la obra se materializa, no en grandes reflexiones, sino en diálogos de enorme belleza y máximas llenas de bondad. De todos modos, Max Scheler decía que el mandato cristiano de "amar al prójimo como a ti mismo" implica justamente eso, quererlo igual, ni menos, que sería egoísmo, ni más, que sería desprecio de uno mismo, término medio en el que me da impresión que San Martín se quedaba corto. A lo mejor como era un santo, se lo podía permitir.
Reaccionario
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