Siempre creí que los empollones de clase guardaban un punto psicópata. Bajo sus gafas se escondía una mirada turbadora, inquietante. A veces contaban un chiste, y ¡joder, se reían solos! Daba yuyu. Procuraba no meterme mucho con ellos, por si acaso.

Esta peli es como el trabajo de evaluación perfecto del típico empollón. Colmado de información, riguroso y preciso, casi obsesivamente.
Muy diferente sería el trabajo presentado por el “artista” de clase, ése medio perdido que siempre lleva los cascos, escribe poesías y se suele meter en movidas raras y más de un lío. Sería un trabajo tan imperfecto... pero tendría alma.

Este tío (Fincher) es un superdotado del cine.
En Zodiac la meticulosidad de Fincher en su puesta en escena y todos los aspectos técnicos roza lo esquizoide. Ojo, que da verdadero gusto contemplar un trabajo tan elaborado. Pero, ensimismado en su virtuosismo, se olvida de que está contando una historia y que eso es lo más importante.

Tal es el esmero que uno pierde la necesaria intriga, y piensa “bueno, ya que estamos, disfrutemos de lo demás”. Un desperdicio.

Kubrick o Hitchcock eran otros psicópatas matemáticos obsesivos, y encima artistas (ese grado de demencia ya es chunguísimo). Fincher apunta maneras de lo primero, según cuentan gentes de los rodajes (ocultando su identidad, por si se le va la pinza).

Es ilusionante pensar que esto es el ensayo de algo muy grande. Eso espero, cuando me decepciono cometo locuras…