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España España · Madrid
Voto de Charles:
9
Drama. Romance Un músico muere en un accidente de coche y vuelve como un fantasma a la casa en la que vivía con su mujer. (FILMAFFINITY)
27 de agosto de 2017
274 de 359 usuarios han encontrado esta crítica útil
"A cualquier hora que una se despertara, una puerta se estaba cerrando."

En el principio, Virginia Woolf allana el camino para lo que se va a ver, porque este es un relato que debe verse abriendo los ojos a lo invisible, a lo que no está, pero que sin embargo podría "ser".
Se cruza así la puerta a la idea de un observador silencioso en la vigilia, a la sensación de una mano invisible acariciando una conciencia intranquila, o a ese sentimiento extraño que nos traspasa, cuando no nos acordamos de por qué un lugar se nos hace difícil de abandonar.

'A Ghost Story', bajo esa mirada, es una sencillísima y bellísima pieza sobre la idea de una vida más allá de la muerte.
La de un fantasma que nace renunciando al edén por una tarea que le quedó por hacer, y la gran pregunta que se plantea: ¿tanto cuesta dejarla ir, tan importante es seguir aunque todo le esté llevando a un fin?
No hay respuesta aparente, y para contestar David Lowery empieza desde lo más básico, cogiendo un pedazo de tela de los que se ven por Halloween, y habitándolo con un alma que apenas recuerda cuál es el motivo de su propia existencia; transformando a esa persona inquieta que advertimos bajo la sábana en un icono sencillo de gestualidad mínima: acaba siendo en efecto un fantasma, como siempre lo hemos imaginado y nunca lo hemos apreciado.

Antes de eso queda la vida por la que ese fantasma volvería, reconfortante en sus momentos más íntimos, plena de cálidos detalles y sencilla en sus mayores placeres, como suele ser todo por lo que merecería la pena volver.
Ella (M), en una de esas ideas menos pensadas, cuenta cómo ocultaba pequeños mensajes en paredes de todos los nuevos hogares que tuvo: "si alguna vez quisiera volver atrás, allí habría una parte de mí esperándome" dice, despreciando las normas del tiempo y el espacio, pensándose a si misma libre de las ataduras de un orden universal que nos acaba olvidando por mucho que nos esforzamos en recordar.
Él (C) ríe sin preguntarse exactamente por esa posibilidad que ella acaba de dibujar, la besa y asiente porque la ama, probablemente maravillado porque nada más que su risa sirva para construir un hogar.
El estruendo posterior del piano es solo eso, apenas una leve interrupción que se cobra su ligera atención, pero ante la cual cabe volver a pensar en las palabras de Virginia Woolf y en la idea de que, porque algo no se vea, no deja de estar ahí.

La vida entonces discurre como un misterioso cuadro en el que cada vez se descubren más detalles: una odisea ante la cual todo tiene lugar, en la que nadie tiene asignado un lugar y donde no hay un hilo conductor que separe el bien del mal. Sencillo ejemplo de esto último: un plano revela, suavemente, sin temor, un accidente de coche que se ha cobrado la vida de C, a las puertas de lo que había sido su hogar, y es algo que apenas rompe la envolvente tranquilidad.
Esa misma visión inmutable se traslada a toda la historia, con acciones sostenidas frente a un solo plano que parecen puro capricho indie, pero que refuerzan esa idea de algo presente que no se ve a simple vista: solo tras comprender eso, y observar muchos besos en la madrugada, nos daremos cuenta de que esta pareja se ha querido con locura, o que cuando M come sin parar está buscando contener las lágrimas por su pareja fallecida.
El fantasma de C contempla las acciones de ella, repitiendo día tras día una vigilia infinita, que no se vuelve menos dolorosa por más repetitiva, ni tampoco parece guardar un motivo más allá de permanecer, por todas las cosas que le quedaron por decir.
Cada sonido, cada pequeño gesto, se engrandece en ese hogar fracturado, devolviendo el reflejo de sus respectivas soledades, solo que mientras C parece existir por ella... M empieza a olvidar, buscando el levantamiento de su condena.

Nadie la puede culpar: cuesta acostumbrarse al hueco de la soledad, sabiendo cuan importante fue la felicidad que se ha ido, sobre todo cuando suena a triste melodía contenida y ya no es la hermosa canción que se había conocido.
(Rooney Mara conecta dos tiempos, dos estados de ánimo, y los hermana en una sola canción cantada por Casey Affleck, que suena expansiva en su pasado y cascada en su presente, representando, sin palabras, cómo se deteriora un recuerdo pese a lo mucho que lo hayamos querido)
La presencia desenfocada que es C se revuelve contra eso, rasca la pared, hace parpadear las luces, deja caer objetos, mueve puertas... y entonces piensas "ah, claro, ahora lo entiendo". Tiene sentido que todas las acciones que asociamos a un fantasma tengan un motivo, pero de lo que frecuentemente nos olvidamos es que, alguna vez, esa presencia fue humana: luchó contra la eternidad, quiso permanecer, se hizo querer y, después, la nada.

Por si acaso hacía falta, un personaje verbaliza el verdadero dilema, la verdadera lucha desde que C se levantó bajo una sábana: "construimos nuestro legado pieza a pieza, y quizá el mundo entero lo recuerde o quizá solo un par de personas, pero haces lo que puedes para asegurarte de que permaneces cuando te vayas".
El tiempo pasa alrededor de C, y él permanece impasible, porque no sabe cuál es el significado de ver vida y muerte, levantamientos y derrumbes, hermosura y decadencia, sin poder participar de ella. Los vivos se enfrentan a lo mismo, pero no ver la eternidad y pringarse con su experiencia les brinda, al menos, el intento de entenderla.

(Continúa en Spoiler, sin contar nada hasta que lo indique)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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