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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Musical Un centenar de bailarines han de realizar unas pruebas en el escenario de un teatro para demostrar si son aptos para la comedia musical que prepara el reputado y estricto Zach. De manera implacable se va desarrollando la selección hasta que solamente queden los elegidos. Entre los candidatos está Cassie, que fue la amante de Zach y que lo dejó para probar suerte en Hollywood. Tan sólo ocho artistas superarán esta despiadada competición. (FILMAFFINITY) [+]
4 de mayo de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay tiempo, hay que empezar.
Piernas preparadas, emociones a flor de piel, algo de calentamiento y ya está.
El hilo musical se desliza con cadencia cuasi infernal, mientras los ánimos vibran pidiendo tan sólo una oportunidad.

‘A Chorus Line’ se abre con el pandemonio previo a los ensayos, donde no hay tiempo para sutilezas o distracciones, y todo el mundo tiene algo que hacer: demostrar que es el mejor en lo que hace.
No hay reparo en mostrar que este estado grupal muchas veces lleva a la prepotencia o la bordería, pero no queda otra cuando de separar el grano de la paja se trata, y sólo valen los mejores para secundar el gran espectáculo que se prepara.
De hecho, es como si las pruebas se fundieran con el ritmo acelerado de la gran ciudad, con una Nueva York que no para y a nadie va a esperar; tan sólo otro día donde los sueños no valen si no estás dispuesto a sudar como el que más.
Hasta que no se despeja un poco el escenario no te acaba de llegar el mensaje, alto y claro, resonante: quizá no hay paja, y todo es grano.

Zach, como gran coreógrafo inmaculado que a recibir lo que quiere se ha acostumbrado, pide desde las profundidades de la platea que todos esos chicos y chicas hablen de si mismos.
Al principio, es inevitable pensar que se trata de otra prueba, por lo que las corazas tardan en caer, resaltando virtudes y fortalezas, más que todas esas oportunidades perdidas que llevan grabadas en la piel.
Pero poco a poco salen ambiciones, metas, sorpresas, alegrías, derrotas, afirmaciones, victorias, cicatrices, atractivos, flaquezas, tentaciones, dependencias, persecuciones, sinceras declaraciones… demasiadas emociones para lo que tendría que haber sido un coro, cantando sin rostro en primera línea del foco.
Nunca han brillado, nunca han sido nada en tantas audiciones, pero ahí están, volviéndolo a intentar, aunque la voz de otro maestro de fondo les diga que no valen para esto.

Es a medio camino que me doy cuenta de que esto no busca ser un cambio de perspectiva, tampoco una historia más grande que la vida, sino un breve parón en ese ambiente desnaturalizado del teatro, para apreciar las personas que viven tras las desagradecidas bambalinas por evitar preguntarse el constante “si no lo hubiera intentado…”.
Zach también lo pasó aunque no lo diga, y por eso hay poco que reprocharle al ver que no abandona su isla de luz en las oscuras butacas si no es estrictamente necesario: ¿cómo echar fuera a alguien que irradia esa ilusión que a ti ya se te ha acabado?

Ahí, en ese escenario desprovisto de atrezzo, completamente desnudo y sincero, laten muchas más historias de las que algún día llegaremos a ver.
Y no hay nada de malo en quedarse con el lujo, el glamour y los oropeles.
Pero no hay que olvidarse que, tras el artificio, son las emociones de soñadores las que levantan el espectáculo, hasta en sus más pequeños detalles.

Esas emociones que son inagotables.
Han de serlo si quieren sobrevivir a los “no, muchas gracias” de tantas audiciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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