Otra Purga más iba a ser el matar por matar.
Porque a quién le amarga un caramelito de futuro distópico semi-político donde los vicios humanos quedan bien exhibidos, a salvo desde la barrera de cine de terror desde la que no duele verlos.
Es una agradecida novedad entonces que se haya querido volver al inicio de todo, al momento en que la realidad se desgajó en ficción.

Pero 'La Primera Purga' sigue agarrada a los defectos de la saga: no sabe si quiere un agudo comentario social o una película de acción chusteja con excusa pintona, y ninguna de las dos partes se apoya para dar la sorpresa.
Si acaso, en esta precuela hay una renovada situación de urgencia al respecto de la Noche de las Bestias, porque nadie sabe qué va a pasar.
La incógnita de quién tirará la primera piedra amenaza la frágil depresión social que atraviesa la población de Staten Island: todo el mundo respeta a su vecino, pero es demasiado dinero como para no probar suerte, salir limpio... y descubrir que te gusta purgar a indeseables por el camino.

Por eso da un poco de pena que el surgimiento del experimento se reduzca a un montaje de revueltas y discursos, porque habría estado bien sentir el terror absoluto de los que dependen del dinero, sentir como tienen que decir "sí" cuando solo quieren sustentar a sus familias un día más: vaya, ver el origen de la TRADICIÓN que promete el póster.
Aunque al menos hay una ligera inquietud al ver que llega un punto de abandono vecinal en el que la vida del prójimo vale menos que un jugoso sueldo gubernamental, y dicha afirmación no viene de parte de criminales psicópatas como el del principio, sino de ancianas con gesto cansado por un gobierno ineficaz e indolente.
Eso sí que da miedo, el pensar que el "corazón enfermo" que menciona el gángster "bueno" está a un mal día de aparecer en una sociedad necesitada.

Afortunadamente, el habitual revoltijo de venganzas, huidas y resistencias de la Purga deja algunas imágenes para el recuerdo: la tercera edad tomando el control de calles muertas, violentos supremacistas blancos disfrazados a lo Ku Klux Klan que afilan el vértice racial del relato, y una terrorífica estampa de gentes tras las ventanas, con lentillas brillantes en la oscuridad, casi animales que acechan presas sin visible humanidad.
El buen gángster, la activista autosuficiente y su impulsivo hermano solo sirven para llevarnos de la mano por ese paisaje de pesadilla, y representar la cara amable de una población a la que cada vez se empuja más a salvar su propio cuello sin que importe el que quede atrás.

Admirable intento, el querer cerrar con una nota positiva esta historia de gentes que matarían a quien no conocen por dinero.
Pero sabemos lo que viene después, y por mucha manipulación política (en la ficción) o descerebrado disfraz de cuento de terror (en la realidad), lo cierto es que esta saga retrata muy bien lo que somos capaces de hacernos con presidentes que construyen muros y minorías que cada vez nos importan menos.

El día que se atreva a mirar a la cara lo que solo observa por encima puede salir algo muy grande.