Quiero destacar en primer lugar que el divertimento que ofrece Tarantino no es para no seguidores, es decir, sus acólitos estamos de enhorabuena porque alcanza picos de desmadre verbal y de desatada violencia física. Aquellos que conocemos y nos han gustado la mayoría de sus siete anteriores trabajos este western nos parece notable. La sangre y los insultos, si se ponen en el sitio adecuado, y esa tarea Tarantino la domina a la perfección, produce la complacencia que esperábamos encontrar. Hay más cosas, las particularidades de "Los odiosos ocho", como el bigotazo de Kurt Russell (verdaderamente para no olvidar), esa carta de Lincoln o el delicioso café de la mercería de Minnie, son cuestiones únicas que veremos pasar por delante nuestro.

Evidentemente, las constantes en el cine de Tarantino también las encontramos aquí. La fragmentación en capítulos, la aparición de Samuel L. Jackson, los titulos en amarillo... cada película suya es un autohomenaje. Ha quedado demostrado que es alguien que sabe manejar a la perfección el tempo de sus películas, si desacelera y parece que va por mal camino es porque en seguida va a llegar cualquier explosión, cualquier giro insólito, ingenioso, que nos meterá en otra espiral distinta. Son más de dos horas, casi tres, lo cual supone siempre mucho tiempo. En este caso, a mi juicio, para disfrutar y para recrearse. Pocos westerns se hacen en el S.XXI, pocos hay como Quentin, capaz de ser grosero hasta el límite, con el valor de ofrecer gore del color más rojo posible, capaz de clavarnos delante de la pantalla... Capaz de ponerle ese bigotazo a Russell. Yo quiero uno así.