Es imposible hablar de una película así sin hacerlo de su personaje protagonista, de todo lo que significa Germán Areta, por la gracia de José Luis Garci, todo lo que arrastra y lo que vemos en la pantalla. La personalidad de Germán Areta es la mitad de la película, el resto son las cosas que tienen que ver con el guión, los secundarios, los escenarios o la música. Si la primera parte es una película policíaca más que interesante, repleta de homenajes y de guiños al cine clásico negro estadounidense, en esta secuela las cosas son del mismo estilo.

La trama aquí puede que quede menos expuesta, los trapicheos de las grandes multinacionales del sector farmacéutico tienen lugar en grandes despachos y salas de juntas con enormes mesas. A Areta le salpica de forma desafortunada, se mete casi sin querer, aunque por el bien de la película y su carácter le echa más huevos que nadie y escarba hasta el final. Un poco convincente Arturo Fernández de mafioso lamentable tiene razón, el piojo no es alguien que se pueda untar y silenciar con billetes.

No hay persecuciones, no hay disparos, apenas un rodillazo en la entrepierna y un "gilipollas" bien dicho en la cara, es decir, esta segunda parte no se diferencia demasiado de la primera. Así que si uno sólo está acostumbrado a ver a Alfredo Landa en la estúpida comedia española de folklore y chistes tontos le costará verlo aquí como investigador hecho y derecho. En mi opinión, vale más la pena un minuto de este Landa que horas y horas de las típicas comedias que pueblan su filmografía.