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Polonia Polonia · Galitzia
Voto de Valkiria:
7
Drama. Romance Una mañana, en la autopista, de camino al trabajo, Eddie Anderson intenta suicidarse. Al regresar del hospital, se encierra en un mutismo que sólo rompe para intentar que su mujer comprenda las razones de su malestar. Trata de explicarle sus frustraciones e insuficiencias vitales, y cómo su éxito como ejecutivo publicitario y su relación amorosa con su secretaria Gwen sólo han servido para poner de manifiesto la falsedad de su vida. A ... [+]
18 de marzo de 2009
35 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si esta película fuese una catedral sería de Churriguera.

Padre esforzado pero insensible se vuelve en contra de su hijo cortando de cuajo las esperanzas del vástago. ¡Déjate de estupideces, olvídate de Shakespeare y dedícate a vender alfombras! ¿¡Cuánto has ganado hoy!? ¡Este es mi hijo, el triunfador! Un publicista que se miente a sí mismo durante 45 años hasta desgarrarse la venda de los ojos y contemplar cuán falsa es su vida, tanto como los spots de cigarrillos limpios, de combustión lenta que vende.

El suicidio es una solución definitiva, más apetecible que recalar en el infierno que supone cambiar de vida enfrentándose a todos. Empezando por su mujer, Florence (Deborah Kerr), sus abogados, médicos psiquiatras y jefes. Su único bastón, resulta ser su amante Gwen, (Faye Dunaway), con la que mantiene una relación visceral y abocada a la autodestrucción, no sin embargo, a la vida bohemia que se arrebató a sí mismo por muchos reproches que le pueda hacer al padre.

Faye Dunaway es posiblemente la actriz más destacada de finales de los 60 y de la década de los 70 (“Network”, “Chinatown”, “Bonny and Clyde”...) y aún así, en “El Compromiso” y bordando su papel, no puede evitar que Deborah se la zampe. Eddie (Kirk Douglas), magnífico en su interpretación es tan insufrible como un dolor de muelas. Está de atar, completamente descontrolado. No es culpa suya. Ha de responder a los excesos del guión de Kazan.

Película pedante sobre una idea recurrente hasta el hartazgo: “no estoy satisfecho con mi vida, causa de la infelicidad del mundo entero”. Kazan abusa de los flashbacks, de los déjà vus y del recurso al tipo que se contempla a sí mismo en un sinfín de recuerdos donde residen las respuestas que dan explicación a sus frustraciones existenciales.

Demasiadas idas y venidas para ejercitar un psicoanálisis sobre la vida entera del protagonista, del que huiría despavorido el propio Freud. La película entera es un circunloquio que raya el exceso para dar explicaciones que los espectadores no necesitamos. Bergman lo hace sin rodeos, con planos silenciosos y sin estridencias. Pero Kazan, torpemente, se aferra a una tautología enfermiza, repitiéndose inútilmente, como si condenase al público a una necedad que le incapacita para comprender lo que nos narra en una película con elementos autobiográficos y musicalizados ya de paso, probablemente con los acordes de su infancia greco-turca.

Llega a resultar latosa, irritante y recargada. Rococó y churrigueresca. Su director le echó gran empeño, pero esa virtud se convirtió en el mayor de los defectos de una película absolutamente cabezona. Y erre que erre...
Valkiria
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