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España España · santiago de compostela
Voto de berenice:
9
Drama Suecia, siglo XIV. Como cada verano, una doncella debe hacer la ofrenda de las velas en el altar de la Virgen. El rey Töre envía a su hija Karin en compañía de Ingrid, una muchacha que odia a Karin en secreto. Antes de cruzar el bosque, Ingrid se detiene y abandona a la princesa, pero la muchacha prosigue su camino y se encuentra con unos pastores, aparentemente afables, que la invitan a compartir su comida. (FILMAFFINITY)
3 de febrero de 2015
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Humano es lamentarse, humano es llorar con quien llora, pero creer es más grande y contemplar al creyente es más exaltante”

Es de Kierkegaard. ¿Muy buena, eh? Otra, otra:

“Si no existiera una conciencia eterna en el hombre, si como fundamento de todas las cosas se encontrase sólo una fuerza salvaje y desenfrenada que retorciéndose en oscuras pasiones generase todo, tanto los grandioso como lo insignificante, si un abismo sin fondo, imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino desesperación?
"
Ha pasado un día y pico desde que la doncella queda tendida en la hierba. El bosque, el pájaro, el cielo, la Naturaleza entera ha seguido su inmutable paso. Han pasado mil años, y allí sigue el absurdo del cuerpo. ¿Quiénes son los padres de la criatura, quién es Bergman, quiénes somos nosotros para intentar llenar con un poco de lógica ese abismo sin fondo? Y, sin embargo, tenemos que llenarlo. O eso, o la desesperación.
Existencialista un poco de pacotilla, aunque desesperado como Dios manda en el Norte, Kierkegaard, al igual que Bergman, también tuvo el terror del infierno en el hogar paterno. Uno en forma de padre fanático, otro con un luteranismo a ultranza, (¡ay, el norte de Europa y el luteranismo! Desde Bach a Dreyer…). Luego veremos que el infierno del “Manantial de la doncella” no lo es tanto, o que quizá sea preferible al nihilismo ciego de una sociedad hastiada. Que, a su vez, no lo estará tanto si es capaz de emocionarse con esta obra maestra de tantas y complejas lecturas.
Cineasta muy culto, Bergman conocía, por supuesto a fondo, el pensamiento de Kierkegaard. Sobre esta influencia se ha escrito bastante y no es cuestión de que un lego como yo venga a dar aquí la brasa. Solo unas consideraciones rápidas: el Manantial de la Doncella es una obra relativamente temprana en Bergman, que aún tiene fuerzas, en ella, de intentar alcanzar el tercer estadio de la existencia kierkegaardiano, el “estadio religioso”, el “estadio absurdo por la ilógica de la fe”: el padre ha sufrido ya la ascesis horrible de la angustia y es capaz de levantar las manos al cielo. De la fe brota el manantial pero, ¡ay!, ya solo un hilillo de agua nos separa del inminente “abismo sin fondo”. Antes, hemos estado gran parte del metraje en el “estadio ético”: es el orden, la racionalidad, la armonía de los que comen a la mesa, es la hija que está en cama más de la cuenta y es suavemente reñida, son los cerdos en su corral, la paz del hogar, el abrazo del padre y la hija y, sobre todo, la entrega de velas en la Iglesia por parte de la niña. Nótese cómo, en un universo aún próximo al paganismo, la religión cristiana es la fuente de la civilización. No es casualidad el símbolo del pueblo alejado físicamente de la Iglesia, lo que motiva el viaje de la niña por el bosque, en una época en que cada pueblo de Europa ya había edificado su Iglesia. Demasiado olvidan los detractores de esta singular institución humana, (lo dice un ateo), el servicio al estadio ético que supuso para una Europa tan fatigada, llevando el mensaje de que al otro no había que, simplemente, partirle la cabeza. La película, desde este punto de vista, no solo es un impresionante fresco mental medieval,(aunque sin despreciar la caracterización exterior), sino que, en fin, se atreve a pintarnos este "estadio ético" en forma de la mismísima sociedad próspera y civilizada, y de eso saben un rato en Suecia. De paso, Bergman nos recuerda que nosotros somos los éticos, y que les abrimos la puerta a ellos, y les invitamos a comer, y les damos garantías a ellos, a los otros, a las sombras que emponzoñan la prístina armonía social. Son ellos desde siempre, los bárbaros, que hoy pueden llamarse ETA, Estado Islámico o tres violadores asesinos medievales. Cuando los matamos, rompemos la ética bergmaniana. Vienen, de hecho, para que les matemos y rompamos esa ética.
Además, para no extender, Bergman baña todo en un preciosismo estético que sería el kierkegaardiano estadio primigenio de la existencia. Las barbaries de la película son pinturas preciosistas, los encuadres, la fotografía… Hacia la ascesis, sí, pero todavía queda mucho. Hay tiempo para recrearse, somos jóvenes. También lo era Bergman.
Me encanta, a la manera medieval, el abundante contenido simbólico de la cinta, la mayoría en forma de bestiario, (el sapo, que probablemente alude al órgano sexual que va a ser profanado en una virgen; el cuervo, más esotérico, que quizá representa aquí el paganismo de las antiguas religiones nórdicas, donde se le tenía por enviado de grandes dioses, además del mal presagio por su negrura; pero también el fuego purificador de tanta importancia en las escenas finales; y el agua que nos lleva al estadio religioso, el agua como última concesión a la esperanza de Bergman…) Maravillosa también la engañosa y ambigua escenificación de la Naturaleza: primero, con una mentalidad moderna proveniente del Romanticismo, paisajes sublimes, hermosos bosques…después, con una mentalidad medieval: la Naturaleza no existe, es el envoltorio inmutable e indiferente donde el cuerpo de la muchacha permanece… (En las crónicas medievales, cuando alguien se fija en la Naturaleza, es generalmente para recalcar lo molesta que resulta). Dice Rafael Vidal Sanz que los personajes de la película tienen mentalidad verdaderamente medieval, no son fulanos modernos a caballo y con espada.
En fin, una película bellísima, desasosegante, con unos actores en estado de gracia en su mayoría, (lo de los pastores es de antología), que te dejará rumiando, rumiando, en ese estado de duermevela fílmico que dura los días siguientes al visionado y que es uno de los sellos más seguros de que nos hemos topado con una obra verdaderamente apabullante. Y todo bajo la apariencia de un cuento sencillísimo.
Como curiosidad final, así tendrían los dientes los campesinos de la época, y no como se los ponen en Hollywood.
No os la perdáis
berenice
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