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España España · Córdoba
Voto de Aprendiz:
7
Drama Silvio Berlusconi (Toni Servillo) se encuentra en el momento más complicado de su carrera política, recién salido del gobierno y con las acusaciones de corrupción y de sus conexiones con la mafia a punto de llegar a los juzgados. Sergio Morra (Riccardo Scamarcio) es un atractivo hombre hecho a sí mismo que sueña con dar el salto de sus cuestionables negocios de provincia a escala internacional. El camino más rápido para conseguirlo es ... [+]
5 de enero de 2019
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película de Sorrentino se antojaba como un regalo de Reyes anticipado y, aunque quizás no haya estado a la altura de sus mejores obras (cosa harto difícil, por otro lado), vuelve a dejarnos una muestra de buen cine, de trabajo hecho con minuciosidad, exquisitez y profundidad, de primeros planos para el recuerdo y de diálogos profundos que nos plantean cuestiones existenciales.

Con respecto a la trama de la cinta, sobre la que se advierte desde un principio que no tiene intención de ser una reproducción fiel de la realidad, sino una recreación artística de la misma, decir que se centra en el decaimiento (aunque con reanimación incluida) de la vida política, pública y personal de Silvio Berlusconi, interpretado magistralmente por Toni Servillo.

Cierto es que la película comienza mostrándonos la vida de Sergio, un joven provinciano interpretado por Riccardo Scamarcio, dispuesto a cualquier cosa por llegar al poder -lo que es sinónimo de llegar a Berlusconi- y que esta historia cuenta con su desarrollo y su papel en el conjunto; pero no es menos cierto que dicho episodio queda profundamente eclipsado en cuanto nos sumergimos en la vida de Silvio, llegando nosotros también, en cuanto espectadores, a hacer nuestras las palabras que el “Presidente” le dedica a este joven en una ocasión en la que intenta ganar protagonismo: “no lo estropees”.

Así pues, la película orbita en torno a Silvio, un hombre del que tenemos la sensación de que no se conoció bien a sí mismo o, si lo hizo, no siguió el camino que le marcaba la vida, pues a él “lo que se le daba bien era vender”. Sin embargo, esta renuncia (o quizás sería mejor decir huida hacia adelante) de sí mismo para ser otra cosa, lo lleva a buscar un nuevo papel en el mundo que, por la imagen y opinión que tiene de sí mismo, podemos deducir que le acaba haciendo creer que es una suerte de dios en la Tierra. Pero esta pretensión, que ya los griegos denominaron hybris y de la que advirtieron a la humanidad en distintas tragedias, lo sumerge profundamente en un pozo de insatisfacción y vacío en el que “todo no es suficiente”, ni las desenfrenadas fiestas, ni las despampanantes mujeres, ni el dominio de la televisión, ni las decenas de empresas y mansiones. Parece más bien, al igual que le ocurre a su mujer Verónica, que lo que acaba ocurriendo es que “sus sueños se han convertido en pesadillas”.

Y entre estas pesadillas, propiciadas en parte por el inexorable devenir del tiempo, se encuentra su muerte o, cuanto menos, su ocaso, cosa que se intuye con su pretensión de mandar construir un museo sobre sí mismo. Pero, ¿por qué ese miedo al olvido? ¿Acaso un dios terrenal puede ser olvidado?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Aprendiz
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