Las expresiones de Lestrade y su amigo captan perfectamente el espíritu de las aventuras de Sherlock Holmes. Es igual que en las novelas de Conan Doyle, los casos que Watson iba apuntando llenos de admiración y cariño por su amigo, se siguen aquí por ambos compañeros en el rincón de un bar, entre cervezas y nervios, ajenos al ambiente, estudiando sobre el mapa el itinerario de quien, al parecer, era sólo un recuerdo.

Persiguiendo las noticias más frescas y extrañas las esperanzas surgen… ¿Quién si no puede haber descubierto a una espía rubia escondida entre monjes budistas? ¿Quién si no puede cambiar el dictamen de once jurados de “no culpable” a “culpable”? ¿Y quién si no puede haber ayudado a la policía de Nueva Delhi a atrapar al asesino de un horrible crimen tan sólo por el detalle de la altura de la bola de chocolate en el cono de un helado? De hecho, en las aventuras de Sherlock Holmes, cuando Watson y Holmes se conocen y deciden compartir piso, Watson habla que su compañero resuelve un asesinato al estudiar la profundidad que dejó un cuchillo en un tarro de mantequilla.

La forma de esperar con anhelo y expectación el regreso del célebre investigador privado según esas noticias misteriosas aparecidas por distintas partes del mundo, vienen inspiradas por la tradición y el mismo estilo de los relatos de John Watson; y las fechas de esas noticias indican que el misterioso personaje aparecerá en cualquier momento. Watson ex combatiente en la guerra Anglo-Afgana, es hoy un ex combatiente en otra guerra contra Afganistán; pero aunque el tiempo sea otro, el personaje mantiene intacto el vivo recuerdo de su amigo igual que había sucedido hace más de cien años cuando le dieron por muerto tras enfrentarse con Moriarty.