La sabina nos habla de una mujer dragón, una leyenda, y por tanto nos remite al género fantástico. ¿Por dónde va a tirar este argumento? Primeramente aparece Miguel, un inglés casado que se desenvolverá en un ambiente andaluz a los acordes de la guitarra de Paco de Lucía, tradiciones, fiestas y paisanos auténticos de pueblo. Luego llegan su mujer y los demás amigos arrastrados por la leyenda del viejo escritor que desapareció en el fondo de la cueva donde mora la mujer dragón y para ayudar a salir a Miguel de su crisis.

Y luego pasa lo que pasa. Pepa (Ángela Molina) arrastra pasiones, convierte el amor de Miguel en obsesión y la obsesión se termina convirtiendo en obsesión enfermiza. Normal. Como se sufre así. Ángela está divina, ella es del género fantástico, no quiere engañar pero se entrega al amor por su propia naturaleza, pero no quiere herir a nadie, hay que contemplar esos ojos suyos tan expresivos, reconociendo también el “chance” que le dan los demás a su alrededor.

Los demás no sólo son los actores, son también los vecinos, los lugareños que se cruzan ante la cámara y que no actúan, que sólo salen. Si es que se puede sentir hasta el humo de las velas cuando se va la luz en la tasca al anochecer, se nota que fuera hace fresco y que dentro el calor de los cuerpos a las mesas se mezcla entre el aroma de licores y el olor a tabaco.

La sabina es sobre todo esa extraordinaria ambientación, una naturalidad pasmosa y un ritmo perfecto marcado no por Borau únicamente, sino por los escenarios llenos de vida. La sabina es Ángela y son todos y somos nosotros también porque no pierdes detalles, es que te fijas hasta en la cerámica de las casas, sin perder ojo a Pepa, por supuesto.